El joven Van Dyck

 

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Conducir un autobús por el interior de unos grandes almacenes, llamar a un sobrino que no trabaja en un negocio informático para que me resuelva telefónicamente un problema del ordenador e intentar tocar una flauta travesera anticuada y algo rota ante una mirada desaprobadora. Tales han sido los absurdos que mi mente ha producido durante esta noche.

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Lo más interesante de la exposición de las obras del joven Van Dyck en El Prado es la pasión con que están pintadas. Pasión y una fórmula que funciona muy bien, desarrollada y perfeccionada por Rubens a partir de los grandes venecianos. La realidad se adapta a la pintura y no al revés, como viene ocurriendo desde la crisis del Barroco. La visión, y la mano del pintor, sobre las dificultades del tema, allanándolas, convirtiéndolas -ya lo he dicho más arriba- en fórmula eficaz y operativa como escudo contra la Gorgona.

No es asunto fácil de ver y hay realistas de nuestro tiempo que claman contra las fórmulas, como si ellos no siguieran otras, pues no es posible el enfrentamiento desnudo al mundo real sin fracasar escandalosamente. Salvo que sus fórmulas son peores pues no distinguen lo sólido de lo incorpóreo y sus sombras tienen la misma densidad que sus luces.

Quien quiera sentir la pintura, quien desee dejarse arrastrar por el juego apasionado y vehemente de los pinceles, que no se pierda la exposición del joven Van Dyck. Quedará atrapado en esa engañosa facilidad del genio para, anclado en firme a la roca de la tradición, desarrollar con toda la fuerza de su naturaleza un lenguaje que parece pertenecerle en propiedad aunque sea común a otros.

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Los clásicos parecen vivir en un terreno sagrado, de nadie, purgando y pagando su propia grandeza, alejados de nosotros -en lo que mas importa- para siempre.

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No entiendo por qué aparentaba ser una de esas personas que consideran un deber parecer infelices, dando por hecho que cualquiera que muestre una sonrisa habita en el vicio.

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Por su expresión habitual, a la mujer de aquel escritor parecía que alguien le hubiese obligado a chupar insistentemente un limón muy ácido, bajo pena de muerte si se tomaba un descanso.

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…yacente en el camino mientras otros en el suelo germinan. Job.