Mentiras de verano y caja de bombones

 

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Era una mala persona pero conviene relativizar un poco pues hasta el Monstruo trataba con ternura a su perro y acariciaba la cara de un niño al que no dudaría en sacrificar llegado el momento. No somos malos por completo, tal cosa sólo sucede en las ridículas novelas de Sade y en la mente de los fantasiosos.

Y sin embargo lo que cuenta es cómo somos para los demás, estimando que los demás se concretan en una persona con carne y sangre. En tal caso podemos ser el mismo demonio, aun sin pretenderlo y pensando que tenemos todas las razones para serlo, esto es, el derecho de comportarnos vilmente o como nos dé la gana pues solemos pensar que nuestro sentido de la justicia está por encima de cualquier consideración moral.

Cuando nos sucede algo desagradable con otra persona la culpa suele ser nuestra. No de sus actos, que a ella corresponden, sino de no haber sabido evitar el trato a tiempo. Tuve los primeros atisbos de cómo era X. muy pronto. Exponía yo unos cuadros en la feria Arco con bastante éxito -hay que decirlo- y el padre de Z. se paseaba por los stands con un político, a la sazón vicepresidente de gobierno y admirador de mi pintura por razones que no explicaré pues nada tienen que ver con la historia. Estaba X. a mi lado, olfateando si le convenía apoyar o no (unos meses antes, con unos cuadros que yo le había confiado y sin contar conmigo, organizó en su casa una sesión de críticos para ver qué opinaban de mi trabajo, no fuera a ser que él metiera la pata. Uno de ellos, el crítico Z., dijo que aquello no tenía salida y con eso bastó para que retirase la oferta de hacer una publicación. Eso se llama criterio y seguridad en el juicio propio). El político extendió la mano para saludarme y X, haciendo un verdadero salto de la rana, se interpuso saludando primero.

Cuando apreciamos a alguien no nos damos cuenta, o no queremos verlo, de que son los pequeños detalles los que revelan una personalidad. En las cosas importantes, más o menos, todos nos comportamos de modo parecido. Me refiero a lo de no matar y cosas graves. Tal vez lo que suceda es que la amistad es un bien muy escaso y nos aferramos a lo que tenemos, aunque nuestro inconsciente sepa perfectamente lo que hay.

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Nada consuela tanto como el cuerpo de la mujer amada. Dormir junto a ella, abrazarla, puede ser la mejor de las medicinas contra esa enfermedad tremenda que llamamos vida. Reconocemos que una mujer no es la nuestra porque no nos gusta dormir con ella. Sigue siendo la realidad que nuestro inconsciente conoce antes que nosotros.

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Estupendo el libro de relatos cortos de Schlink, el juez alemán dedicado a escribir. El título es Mentiras de verano. Se lee muy bien, con placer, y está lleno de sabiduría sobre las personas. Sé que es un excelente escritor, sin aspiraciones de genio pero tal vez por eso mejor todavía, desde que leí El lector. Su visión del nazismo en aquel libro está muy tocada por las declaraciones de Eichmann tal y como fueron divulgadas por Arendt pero eso le sienta muy bien, pues es lo que más se acerca a la naturaleza del Mal organizado.

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Vienen cayendo estos días unas lluvias muy fuertes, tormentosas, que ayudarán a que se pudra rápido el pasto agostado, aportando comida para la hierba nueva. Pronto se vestirá el paisaje de verde y habrá sobre la mesa moscateles y zamboas.

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Anoche fue la Salve y esta mañana muy temprano, cuando el sol rayaba el horizonte, todavía quedaban restos de la batalla. En la plaza se afanaban varios camiones de la basura, retirando la porquería antes de que los vecinos se despertasen. Grupos de muchachos de ambos sexos, bastante perjudicados por el alcohol y otras sustancias, seguían metiendo ruido como si el sol no bastase para ahuyentarlos. Un par de ellos comentaban la paliza que le habían dado a otro que, según decían, no había ofrecido mayor resistencia que un muñeco de trapo. El agresor se cebó y, en lugar de aplacarse ante la falta de respuesta, siguió golpeando. No sólo son violentos sino que carecen de sentido del honor. En mi juventud a ese malnacido se le hubiese tachado de cobarde y la mancha le acompañaría de por vida, aparte de haberle parado entre varios. Ahora observan la violencia pasivamente, como hipnotizados y sin voluntad.

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No había donde tomar un café, tal debió ser la juerga. A las cuatro y media de la madrugada todavía llegaba el runrún hasta mi cama. He paseado largamente el pueblo, tomando algunas fotos de las primeras luces en los muros. Detalles que, espero, puedan contar historias.

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He desayunado solo en la terraza, embebido en la vista del campo y la ciudad antigua. Ella seguía dormida y no quise despertarla después del paseo. Mi desayuno es muy ligero: café y unos granos de alpiste, como los periquitos. Esta mañana tuve pereza de bajar a por fruta al campamento en que hemos convertido el comedor mientras dura la reforma de la cocina.

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Aprovecho estos días de fiesta para hacer sesiones más largas pintando. Hay momentos en que me pongo muy nervioso y debo parar un rato. De joven no me pasaba, podía hacer sesiones de diez o doce horas seguidas mientras fumaba pitillo tras pitillo. Ahora trabajo más rápido, más expeditivo y concentrado. Mi cabeza ya no es la misma, sabe ir por derecho, sin rodeos. Me importa más la verdad y menos lo artístico pero eso agota.

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La buena pintura pierde mucho en las fotos, ya lo he comentado. Tampoco se deja utilizar en las estampas y cajas de bombones. Sin duda el verdadero maestro de esto último es Renoir. Mientras tanto, Rothko se va haciendo el amo de las alfombras de baño.