Para los romanos

 

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En la sociedad tradicional española lo más importante era ocultar la pobreza. El cuento del hidalgo que pasaba hambre pero se rociaba migas por la barba para aparentar que había comido forma parte del acervo común. Hoy el paradigma es ocultar que no se es moderno; la gente se ve en la necesidad de utilizar signos de identidad claros para manifestar lo que llaman buen rollo.

A mediodía, sentados en la plaza tomando un refresco, vimos pasar a un par de sujetos con atuendos muy poco convenientes para su edad y circunstancias. Uno era bastante calvo aunque se había dejado crecer la parte trasera del cabello para raparse después dejando una larga tira de pelos desmayados. El otro, con pinta de aquel Don Pío de los tebeos de los años cincuenta, se había hecho tatuar un extraño signo por encima del tobillo. Dónde iban estos dos, con tipo de tenderos de ultramarinos de los de antes pero tan modernos, es todo un misterio. Cualquier cosa con tal de aparentar un estar en el mundo, un pertenecer a la tribu de los guays, pánico -en definitiva- a ser tomado por un carca, un rancio, un tradicionalista. A ninguno de los dos les servía el ornamento para presumir de físico pues no lo tenían: si uno andaba como un jarrai condenado a pan y agua, el otro dejó los ciento veinte kilos atrás hace mucho tiempo.

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Mis contemporáneos me han dado una bofetada en los morros. Si la exposición más visitada de la historia reciente es la de Dalí, por encima de las de Velazquez, Rembrandt, Vermeer o Antonio López, prometo no volver a recurrir al tópico del sentido común de la gente. Está muy claro que si van a ver a los clásicos no es porque les parezcan tremendos artistas sino porque hay que hacerlo so pena de excomunión social y si les gusta Antonio López es por la parte de mérito artesanal – de circo- que tienen sus obras, a su pesar.

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El artista honesto no busca un estilo sino que el estilo desciende sobre él como una consecuencia natural de su persona, tan natural como que la lluvia no puede quedarse en el cielo. Preocuparse del estilo corresponde a actitudes comerciales o de oportunidad social.

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Hace unos días leí que, sin meter ruido, los comerciantes chinos movieron en 2012 unos veinte mil millones de euros en España. Asusta la cifra pero, sobre todo, asusta la forma de andar de puntillas. No hace mucho que cierto artista de Centroeuropa afincado en España prometía a las autoridades el enriquecimiento comercial y turístico de la región, gracias a China, y para ello se postulaba como embajador de la tierra, sus bellezas y productos. Ha pasado el tiempo sin que nuestra cartera de pedidos haya aumentado pero la otra parte ha seguido logrando ganancias. Por qué hablarán estos artistas en lugar de dedicarse a lo que tienen que hacer que, en el caso comentado, es bastante sencillo.

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La casa está pimpante con su fachada limpia y repintada tras el tratamiento antihumedad. Es un problema crónico en las casas de ésta ciudad que se asienta sobre un cerro granítico impermeable. Cuando las calles estaban formadas por adoquines y tierra la humedad salía al exterior con facilidad pero como tal firme se hizo incompatible con los coches retiraron la tierra y colocaron los adoquines sobre hormigón, impidiendo la evaporación como no fuese por la capilaridad de los muros de las casas. Malas noticias para los vecinos quienes, no obstante, prefieren rodar cómodos.

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Cuba es un sueño cada vez más lejano. Hubo un tiempo en el que parecía inminente hacer algo allí pero las ocasiones no se han presentado o, cuando lo han hecho, carecían de interés. Pasa el tiempo y no sucede nada, que en este caso es el peor de los sucesos. Unos años más y ya será demasiado tarde.

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A propósito de Cuba leo en la prensa que un actor español se ha exiliado (sic) allí. Presume de comer lo que los habaneros y hacer vida con ellos. Lo segundo es fácil porque la juerga brota en cuanto se le da ocasión pero lo primero es más difícil de creer, por mucho que le guste el arroz, según dice. Cuestión diferente es que en Cuba, con el beneplácito de las autoridades, se puede vivir con cuatro duros y que el hombre esté tomando posiciones para cuando exista una nueva industria cinematográfica cubana. Todo lo demás podría ahorrárselo, pero entonces cómo habría obtenido el tratamiento de persona grata.

Tengo entendido que fue Nietzsche quien dijo que no había nadie más corruptible que un artista. Tal es la necesidad de reconocimiento en algunos que están dispuestos a perder de vista todo lo que vino siendo su mundo con tal de rejuvenecer una carrera agotada.

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La obra pictórica, en nuestro tiempo, no puede aspirar a la grandiosidad. Digamos, aunque sea provisionalmente, que el concepto fue agotado. Sólo queda la posibilidad de un murmullo sensible, de un canto que brota desde lo íntimo y se manifiesta en un lenguaje comedido, lleno de proporción. Lo otro, el circo, para los romanos.