Para el pintor no hay colores más bonitos que otros: todos forman parte de una entidad cromática más conspicua y general que se llama tono local, que es el color de las cosas antes de ser influido por la luz: el color que se da en el medio tono. Enfatizar colores, destacar unos sobre otros o convertirlos en sujetos principales de la obra, resulta tan pastelero como poner palabras en un texto no por lo que significan sino por su posible eufonía. Sí, eso de las urces, el urmiento y lo fosco.

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Escenificar una opera que transcurre en el siglo XVIII con trajes actuales es el reconocimiento explícito por una sociedad de su incapacidad radical para producir belleza y, por extensión, el deseo de apropiarse de un pasado al que no concede más papel que el de arqueología. Mozart sí, pero sin Mozart. Actitud que se completa cuando los fabuladores le inventan biografías.

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El Concilio Vaticano II, al margen de sus virtudes pastorales, fue un desastre para la conservación del patrimonio histórico de los católicos. A causa de la actitud adoptada entonces de desprecio a las obras de arte que ya sólo eran vistas como riqueza material, los anticuarios del mundo entero se pusieron las botas haciendo negocios con las iglesias de los pueblos, que necesitaban dinero para reparar tejados o hacer obras de caridad. Para cuando volvió la sensatez, el daño era mucho. Así comenzó su carrera Erik el Belga, negociando, antes de meter la pata con una famosa sillería de coro.

Otra consecuencia nefasta, aunque breve, fue el acercamiento al arte moderno, sometiendo a una verdadera tortura a los fieles pues, ¿quién puede recogerse espiritualmente y sentir devoción ante un santo pintado por Matisse o una escultura de Oteiza? Era mucho pedir y la gente se rebeló silenciosamente. Las iglesias con aspecto de clínica y los cristos cubistas dejaron de tener adeptos una vez pasada la novedad.

Hay una parte de la Iglesia Católica que considera estupendo participar de la modernidad. Sería mejor una actitud más crítica, separando claramente lo que el mundo moderno tiene de bueno de lo que no, entre otras cosas -a chorros- la cursilería ambiente.

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La oscuridad precede a la luz; cuando ésta la hiere y ahuyenta, la sombra dormía. Después se refugia en las esquinas, tras las cortinas espesas y en los armarios, hasta que la luz se retira pues su triunfo es breve.

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La luz condiciona todo, desde el carácter de los pueblos al de los individuos. Sin ella no se modela la vida.

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Al caer la tarde, con cielo despejado y tiempo amable, cruza entre la torre de San Martín y el Mirador de las Monjas el avión de Lisboa. Desde donde me siento lo veo, o imagino, sobre la vertical de Cáceres pero desde allí a lo mejor lo ven sobre Alcántara. Qué sabe uno de ilusiones.

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Si acaso la necesito
agua me nieguen los mares.
El cielo me desampare
y caigan las plagas de Egipto
sobre mí y tó mi linaje.

Lo cantaba el gitano que no se separaba de su abrigo de pelo de camello. El más espíritu de todos.