Leopoldo María Panero, a salvo

 

LMP

 

No pensaba escribir sobre Panero en estos días de luto. Es impúdico utilizar su muerte para recordar lo amigo que fue y rematar con unas cuantas de sus celebradas locuras o extravagancias, de las que se fue testigo privilegiado.

Panero tuvo muchos amigos y no tuvo ninguno. Entraba y salía de la vida de las personas, con indiferencia real por el afecto o manía que se le tuviese. Al principio le importaban un bledo y, cuando necesitó amigos, era demasiado arriesgado serlo.

Basta. Lo que me mueve a escribir es el asqueroso artículo de Luis Antonio de Villena en El Mundo de hoy. No en vano este lamentable tipo se ganó merecidamente el sobrenombre de Vilhiena.

Comienza invocando la pasada amistad con el monstruo poético, cita las locuras de rigor y termina ajustando cuentas con el Panero poeta, señalando sus libros del pasado como excelentes y faltos de interés los que llegaron después.

No voy a entrar en los juicios poéticos de Villena pues su criterio -y su poesía- me interesan tan poco como su persona. En cuanto a la amistad con Panero, y la complicidad invocada, sólo recordaré aquel día en que Leopoldo y yo íbamos a la presentación del libro de su madre, Felicidad Blanc, y justo en la puerta me agarró del brazo, me detuvo y dijo: ¡Vámonos que está el cursi de Villena!

Insistí en entrar y por allí andaba el aprendiz de dandy, con un abrigo de pelo de camello que no cambiaba ni para dormir y unas gafitas a lo Proust. Babeaba en torno a la madre del poeta y se arrimaba a todo aquel que fuese más o menos famosete. Un cromo.

Al final he contado también una anécdota. En mi descargo invoco la indignación.

Es necesario que termine todo este ruido y muramos cuantos tenemos historias y chascarrillos que contar sobre el poeta. Su obra, extraordinaria, necesita silencio y reposo. Un poco de respeto no vendría mal.