Mala pedrada

 

Rocapalumba

 

Lo peor de Podemos es que mienten a sabiendas. Es gente viajada, que conoce de primera mano los estragos de la política que pretenden aplicarnos. Cuando yo era joven, del comunismo sólo sabíamos que le caía mal a Franco. Bastaba con eso para que a uno le cayese bien. Después vinieron las lecturas pero seguía sin conocer lo que pasaba tras el telón de acero. Cuando se descubrió el pastel, antes de conocer la historia de las tierras ensangrentadas, el rechazo fue tan rotundo como la anterior simpatía. Más tarde se nos reveló el Gulag y, junto a lo siniestro, aparecieron el crimen y la opresión.

Por Cuba he hablado con mucha gente y ni uno solo de los que me hablaron bien del régimen y la pobreza extensa dejaba de ser un paniaguado del castrismo: podía ser del CDR, de esto o de aquello pero siempre era un espía de sus vecinos, un delator, un azote de personas que aspiran a la libertad. El resto odiaba la pobreza y a quien se la procuraba.

Nadie quiere ser pobre. Aunque 20 hombres ricos equivalgan a 14 millones de pobres (pecado contra el Espíritu) sólo algunas personas extravagantes se encuentran a gusto en la pobreza.

Y por ello miente Podemos, porque saben que no pueden extender la riqueza sino la pobreza. Prometen un paraíso en el que no habrá corrupción pero en el que todos andaremos tras el cacho de pan, como aquel desgraciado habanero que se mató con arsénico comiendo el pan envenenado que echan a las ratas.

Es tan español eso de que «pague el común» (la caja común), que hasta los millonarios disimulados –gente de la farándula y las artes sin mérito– reclaman a gritos su parte desde sus chaletones en lugares ilegales de la costa.

Los países sin clase media están condenados al enfrentamiento social. Donde las diferencias económicas son muy grandes, la posibilidad del crimen se vuelve grande también. El mérito, tal vez único, de nuestro particular tirano fue favorecer el afianzamiento de una clase media que rompiera la diferencia terrible entre la alpargata de esparto y el paño de Manchester.

Aquellos pobres tan raídos, tan rotos, siempre dormidos en los transportes públicos, agotados, pantalones atados con cuerda y alpargatas, el traje vuelto para los domingos, por aprovechar lo que estaba poco rozado, arreglos de unos sastres baratos pero daba igual porque nadie se iba a fijar en ellos pasado el esplendor de la juventud, cuando podían ser frutos apetecibles para los del paño. Después se volvían feos, torvos y algo peligrosos para los niños (eso creíamos). Espero que no podamos, que la España blanquinegrista sea sólo un recuerdo para quienes nacimos a mitad del siglo pasado.

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Ya no hay forma de coger una piedra en la calle. España era país de pedradas (también de navajazos pero es otra historia) y en cualquier lugar la gente podía proveerse. Incluso en Madrid había piedras arrojadizas por todas partes. La pedrada en la cabeza, con preferencia por la sien, era asunto frecuente en los Cuartos de Socorro. «Mala pedrada te peguen», y los andaluces –más barrocos– añadían «en un ojo». Yo recibí alguna, incluso en la sien. Y pueden creerme si les digo que sin hacer nada censurable sino por sport, un niño que ensaya puntería y acierta. La sangre corriendo mejilla abajo y el susto de mi madre, que no vio el proyectil sino las consecuencias.

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Lo más arriesgado de tener una buena idea es que las personas inteligentes que te rodean quieren participar en ella; aunque lo peligroso llega cuando los estúpidos se enteran porque tienden a atribuirse la autoría.

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El tipo que tengo enfrente no parece tener más interés que el anatómico: del cuello para arriba todo parece estrictamente hueso.

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Los escritores tienen tendencia al faustismo, de Fausto: ponen tales fotos en las solapas de sus libros que cuando llegas a verlos en persona piensas que se trata de algún abuelo suyo, más o menos diabólico, que les está robando el papel.

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Me gustó la frase: En esta España en la que todo el mundo aspira a la subvención y a vivir de nariz, garganta y oído, el dueño de un cine de Valladolid que hubo de cerrar por falta de público dijo esto, indignado por la hipocresía de los medios: «Si la mitad de los que ahora lamentan que cierre el cine hubiesen comprado entrada, aunque fuese sólo una vez al mes, seguiría abierto».

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El éxito social suele consistir en convencer a los demás de que estás haciendo lo que parece que estás haciendo. El éxito arrollador en que estás haciendo lo contrario de lo que estás haciendo.