Cazadores de puentes

 

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Con lo que me ha gustado patear campo y me estoy volviendo señorito. De un tiempo acá me he hecho cazador de puentes pero con truco pues mi amigo P. me los ojea. Cazador de ojeo, pescador de asiento… dos cosas que no me gustaban. Y ahora la falta de tiempo –los años, no te andes con historias– va a dar conmigo en el personaje del poema de Eliot: Me senté en la orilla, a pescar, con la árida llanura a mi espalda.

En Extremadura el campo está plagado de puentes. Hay muchas pasaderas, que son para el pie de las personas, pero los puentes quieren decir ganado, rebaños. Buena parte son romanos y la otra medievales o romanos reedificados en la edad oscura, coincidiendo con la influencia de La Mesta y las órdenes religioso militares dedicadas a mantener en paz el campo. Una parte más pequeña son puentes levantados por los ingenieros de Carlos III y alguno, como el del Almonte cerca de la vieja carretera de Madrid, lleva el escudo de armas del Emperador (aquí hay que poner el Mille Regretz de Josquin versionado por Narváez).

P. encuentra puentes que, metonimia abusada, resultan exquisitos para los aficionados a las técnicas constructivas antiguas. Leí de muy joven, y no recuerdo a quién ni dónde, que –después de procurar vivienda a tus semejantes– no hay hecho más civilizador que unir dos orillas salvando las corrientes. De nuevo el gran poeta para recordarnos que el río es un dios indómito y pardo que engaña a los hombres. Pasamos sin tener en cuenta su poder y lo que significó como frontera.

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Payne, en su nuevo libro sobre los prolegómenos de la Guerra Civil, no dice nada que no sepa quien haya trabajado un poco el tema, sin dejarse arrastrar por ideas preconcebidas ni sectarismo. Pero aporta datos relevantes y valoraciones cruzadas que son valiosas.

Exculpar a las partes en conflicto, en este caso, carece de sentido pero –por más años que pasan– sigue llamando mi atención el retorcimiento moral de Azaña. Pensar que el modo de consolidar la democracia era taparse los ojos ante los desmanes revolucionarios es como lo de cabalgar un tigre, etc.

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Canadá, Alaska, fueron sueños juveniles. El rescoldo de lecturas con fiebre en la infancia pasada por agua del oscuro Norte. Los grandes espacios, el ser humano capaz de valerse por sí mismo; la vida intensa y breve, sin vejez, enfermedad ni sufrimiento. Con esas mimbres relleno el test para ver si podría obtener un visado de residencia en Canadá y me rechazan. La edad, ya eres coste. Termino el juego con dolor en la mandíbula, he debido apretar los dientes sin darme cuenta.

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Tengo un montón de novelas por leer y soy incapaz de empezar ninguna. Como no sea que el autor me engañe haciéndome creer que no es novela sino cosas vividas se me cae de las manos: en la quinta página ya estoy muy lejos y no sé volver a lo escrito. Devoras ficción cuando eres niño, la aceptas con gusto en la juventud y, llegado el momento, no soportas más novela que la tuya.

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Pinto a ratos en el retrato de mi padre, siguiendo el detallista dibujo que hice. Es muy duro y las sesiones han de ser cortas. No puedo dar una pincelada sin recordar una vida que es suya, mía, mi madre y hermanos. Recorro su calavera, los músculos de la cara ahora desmayados, los ojos lacrimosos del anciano, la red de manchitas rojizas, azuladas, cicatrices mínimas y los labios sin carne, lívidos.

El reto es que sea él ahora pero el retrato no será bueno si no consigo encontrar a todos los que ha sido, comenzando por el niño que apretaba con miedo la mano de su padre mientras pasaban aviones cargados con bombas.