Ceder y otorgar

 

 

Ch. expone en Cáceres cuarenta pinturas. Es probable que muy pocos la entiendan pues nada hay tan complejo como la sencillez. La complicada sencillez del vaso de agua, que gustaba de citar Z. Hay obras que no se hacen para el presente, pocas, y no está en manos del autor cambiar eso.

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Tiene su punto ver a pintores de mi generación, que exponían conmigo cuando no me hacían de teloneros, exponiendo en museos nacionales. Como comerse una guindilla: pica un rato y pronto se olvida. Fue decisión mía apartarme.

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Si sólo fueran piernas, riñones y memoria lo que se va con la edad…

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La práctica ortodoxa de la pintura figurativa dice que se va de las grandes masas a las pequeñas, se empieza con pinceles grandes y se meten los detalles que se necesiten con los pequeños, de menos color a más color, de magro a graso, de hueso y carne a piel.

Algunos pintores del XIX, magníficos por otro lado, comenzaban el paisaje pintando el árbol principal al completo, para seguir por el cielo y acabarlo, pasando después a otras zonas. A veces me divierte hacer esto, que es contrario a mi forma de proceder habitual.

Es bueno cambiar repertorio, como lo es dibujar con la mano izquierda cuando eres diestro, pero es sólo eso, una distracción momentánea, meter mensajes en botellas por si alguien los encuentra y sabe leer.

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Pero en el detalle también puede haber mucho amor y deseo por parte del pintor. No me refiero a la servil copia fotográfica o al cabezón de dos metros donde se puede fingir todo pues, al achicar para la pantalla, parece que se pintó la acuosidad del párpado con pincel del doble cero, es decir, de un solo pelo. No, eso son engaños y guiños a los modernos para que no te crucifiquen y los marchantes puedan vender con la etiqueta del ‘no te equivoques, es realista pero moderno’.

En estos tiempos, en los que no se está obligado a mantener un ‘estilo de taller’, el pintor puede enamorarse de algo y desear dejarlo clavado en el tiempo, en la luz del tiempo.

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La tiranía de los expresionistas: nos retratan como si fuéramos monstruos y exigen nuestro aplauso.

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El Día de Difuntos tuve muchos recuerdos de mi padre. No pude pintar en su retrato muerto, en su cáscara cerúlea y mortal pero sí recordarlo en su juventud y mi niñez marineras, en el olor de la rompiente junto a las rocas, en su barquito de madera, en todo lo que me enseñó de mar y monte.

No hay tumba en la que ponerle flores porque sus cenizas están en los océanos, disueltas unas partes y otras, microscópicas, mineralizándose. Todo lo que queda de él está en mí, en mis hijos, eslabones de una cadena ciega que va, como en el monólogo famoso, de la sombra a la sombra.

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Ayer una chica me enseñó el primer paisaje que ha pintado. Me conmovió lo bueno que es y lo alto que apunta. Todos los conocimientos que yo pueda tener, si le sirven, serán para ella.

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De vez en cuando necesito hacer un paisaje de memoria. Me refiero a inventado de cabo a rabo, no a tratar de recordar uno visto antes y pintarlo. Me sienta bien sacarlo de dentro, negar la realidad durante unos días y poner etcéteras donde mi cabeza, o alma, no tiene información. Mantiene vivo al pintor joven que fui.

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Un día muy malo, de fuerte angustia. No es aniversario de nada doloroso, que recuerde. Uno de esos días en los que el cerebro se mantiene en mínimos, el cuerpo no obedece, faltan las ganas y la chispa interior se apaga. Me acuerdo del sioux.

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Dije más atrás que toda pintura no programática (es decir, no neolítica, esto es: no simbólica en primera instancia) es una derrota de quien la hizo. Me refiero a la que se puede listar en esa fenomenal descripción que hace un colega norteamericano: Realismo Óptico. Digo ‘fenomenal’ pues, sin palabras, no podemos entendernos.

Cuando se ha desarrollado un estilo con su correspondiente programa pictórico (la imprimación así, los lechos así, las masas de esta manera y los acabados consisten en…), se puede ‘seriar y dividir’ el trabajo, quedando el maestro para inventar los temas, desarrollarlos en bocetos, hacer los ‘cartones’ (dibujos a escala 1:1) y dar los toques de acabado que marcan su estilo y genio.

Hasta en el Arte Moderno: Picasso utilizaba a Gilot, su mujer entonces, para que le hiciera ese trabajo. Por ello podía empezar la mañana con seis u ocho lienzos en blanco y, dada su manera de pintar, rematarlos en el día.

Pero no se pueden pintar así el ‘Niño de Vallecas’ o el ‘Papa Inocencio’.

Mi colega dice ‘realismo óptico’ para definir la pintura velazqueña y todos sus derivados. El detalle no se pinta sino que se induce en la mente del espectador. Si este se acerca al cuadro sólo verá pinceladas, gestos, para él incomprensibles.

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Para que fama y dinero vengan juntos hay que cautivar primero a los imbéciles, una gran cantidad de ellos. Los sabios, aturdidos, acaban cediendo y otorgando.

 

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