Guía de Mongolia (III)

¿Acaso tiene sentido polemizar con los muertos? No, pero tampoco tiene sentido polemizar con los vivos y, sin embargo, lo hacemos. Comencemos ab ovo. ¿Por qué me ha escrito esta carta? De acuerdo, es asunto suyo. Le molestaba la creencia de que la Tierra es redonda. Eso sí que es una triste historia, amigo mío. La culpa es de los libertinos. Esta repugnantes especie hizo que se extendiera el engaño incomprensible. Es bien sabido que el planeta antaño era plano, una tabla rectangular, pero alrededor del año 600 antes de Cristo se produjo una confusión por aquel vértigo que menciona Platón, vértigo consecuencia de la obsesión por las redondeces del culo femenino. Y todo empezó a parecerles esferoidal. Tetoide. Culoide. Pero esa no es razón para suicidarse. ¿O tal vez sí? ¿O tal vez yo había empujado a la muerte a mi amigo para que me espetara la verdad a la cara? Nadie puede saberlo.

Rompí la carta por si acaso y salí a la calle para refrescarme, es decir, para empaparme de lluvia. Una lluvia anónima como los cientos de individuos que solía ver en las estaciones de autobuses y salas de espera, individuos que no tenían ninguna importancia salvo porque ocupaban asientos, iban de un lado a otro y escupían para aliviar el vacío y la tristeza.

Una lluvia sin nombre.

Pero, como solía decir con sabiduría Guillermo de Baskerville: ¡el nombre no es nada!Aquello denominado lluvia mojaría igual y sería igual de aburrido y haría que uno se sintiera igual de miserable, superfluo y abatido si se llamase Margaux Hemingway o Susan Sontag.