Borroncillos crueles

 

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Piensa el malvado que si alguien no se venga de sus acciones es porque es tonto o no tiene con qué hacerlo. No se le ocurre pensar que el otro ha podido tener hasta mil veces la tentación de cumplir la venganza pero sus principios se lo han impedido. O hasta mil una, y en esa una es donde está el peligro, donde estuvo el peligro y continúa estándolo.

Por ejemplo el caso de aquel atravesado que se pasaba el día en internet haciendo amigos en lugar de atender su trabajo. Desde el ordenador oficial pergeñaba maldades que después enviaba a sus iguales para que las colgasen desde una wifi anónima. O se hacía la víctima de supuestas persecuciones para quedar bien ante los compis y justificar la mala baba.

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Facebook me cansa. Para unos cuantos amigos que lo son de verdad y a los que lees con el placer que procura estar interesado en lo que sale de sus cabezas, hay un montón de descerebrados que lo utilizan como púlpito para verter lo que han leído en los periódicos (y tú también) o, todavía peor, la emanación de sus cráneos jibarizados. No te atreves a borrarlos porque tal vez son de tu pueblo o te conocen personalmente y no quieres pasar el berrinche de encontrártelos, así que practicas con lo que escriben el salto masai, que consiste en brincar por encima sin mirar una sola frase.

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Sabiduria árabe: «Si no te gusta la imagen reflejada en el espejo, no rompas el espejo, rómpete la cara.»

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La pintura impresionista, que ha venido gozando del favor del público y de los fabricantes de cajas de bombones, es una pintura con pocas ideas y mucha ideología. El pintor no responde a lo real con lo que ve sino con lo que sabe. Y lo que sabe es una teoría científica que, siendo verdadera en el laboratorio, se adapta sólo en parte a la visión natural. En algún momento, hasta la propia ciencia se opone en un sentido finalista a la teoría pues, en el mundo de la astronomía lo más lejano no es el azul sino el rojo.

Cierto que la palabra impresionismo es un cajón de sastre en el que cabe gente tan dispar como Degas, que tuvo una formación académica tradicional y dominaba el oficio, o autodidactas que fueron en sus comienzos malos seguidores de la escuela de Barbizon.

Otra vez de la necesidad virtud, algo que acompañará desde entonces al arte moderno, y si no sirves para una cosa servirás para otra siempre que haya gente dispuesta a meter dinero en el negocio.

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En la pintura anterior al siglo XIX el paisaje existe como género (los países o paisillos citados por el tratadista) aunque la realidad les parece a quienes los hacen demasiado cruda y se trata de un paisaje elaborado en el taller a partir de estudios y fragmentos de la realidad. La mayor parte de las veces es sólo un fondo en el que apoyar la escena que está sucediendo.

Suelen citarse los dos paisajitos de la Villa Médicis pintados por Velázquez desde la ventana de la estancia en que se reponía de una grave enfermedad que le acometió en Italia como los primeros pintados enteramente del natural. No sé si es cierto en cuanto a obra pintada pero hay estudios de dibujo anteriores, completamente hechos ante el motivo, obra de Rubens y Van Dyck. Son dibujos nada pendientes del estilo y sí de la observación y es eso lo que los convierte en especialmente valiosos.

Con la llegada del realismo y los cambios en la mentalidad que le dan carta de naturaleza, los pintores vuelven los ojos hacia temas sencillos, inmediatos y cotidianos. Se puede buscar el gran paisaje pero también el trozo de camino que conduce a la aldea o el ribazo anónimo en el que se engancha la luz. La pintura sale del estudio para volver a él con tranches de vie que serán elaboradas de acuerdo a los principios estéticos exigidos por los sobrecogedores del momento. Demasiadas veces, el apunte sobre el natural es mejor desde el punto de vista de la pintura que el cuadro elaborado. Y eso nos lleva a otros problemas que algunos pintores resuelven y que la llegada de la modernidad dejó encerrados en un baúl.

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La habilidad, eso que se llama habilidad técnica, de algunos realistas actuales resulta tan sorprendente como un triple salto mortal hecho por Pinito del Oro en el Circo Price cuando le daba por hacerlo sin red. El problema habitual es que llevan la habilidad, el circo, tan lejos que se olvidan de la pintura. Eso no le ocurre a Antonio López, quien jamás olvida que es pintor ante todo y, aunque su pintura no se distingue por ser un lujo para los ojos desde el punto de vista de la materia gozosa, está en ese punto en el que todavía puede mirarse como pintura.

Ha tenido sus momentos, claro. Del realismo llamado mágico -a saber por qué- cuajado de poesía, pasó a la frialdad aparente de sus neveras y lavabos. Pero donde marca camino a sus imitadores españoles es en los dibujos de gran formato resueltos con grafito. No funcionan como dibujos porque no hay caligrafía, no están el nervio y el músculo del artista, sino como imágenes. Puede parecer lo mismo pero no lo es.

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Una de las cosas más estúpidas que he escuchado sobre la pintura de Velázquez fue dicha por una persona muy inteligente. Fue algo similar a esto, si no en la forma sí en el fondo: «Qué gran pintor pero qué poco generoso con el espectador«.

Con ello se refería a la manera supuestamente inacabada de resolver los cuadros del Velázquez maduro, sin tener en cuenta que no era capricho sino voluntad de plasmar la visión natural e instalarse en ella, usando lo que se conoció en España desde Tiziano como la técnica de borroncillos crueles. Y el adjetivo es sinónimo de crudo, no de la acepción actual.