Cumplían órdenes

 

uyuyr960

 

Con los modernos está pasando algo parecido a lo que ocurrió con los nazis tras la derrota: nadie lo era salvo cuatro chalados que ya estaban muertos. Hasta los más conspicuos y aprovechados modernos dicen ahora que nunca lo fueron. Sólo les falta añadir que cumplían órdenes, lo que probablemente es cierto.

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Margolles, cerca de Arriondas. Una pequeña aldea con un hermoso árbol en el centro, de la que salió mi bisabuelo paterno camino de la incertidumbre. Regresé con los chicos, para hacernos todos juntos una foto conmemorativa.

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Aparece el guitarrista Paco de Lucía diciendo que se va a vivir a Cuba, que está allí muy a gusto. Mientras cenábamos una noche en un restaurante del gobierno, tocaba y bailaba un cuadro flamenco compuesto por cubanos. Pasada la perplejidad hay que decir que la bailaora -bailarina más bien- además de ser una belleza de mujer no lo hacia mal. Después la invitamos a sentarse y nos habló de su pasión por un baile que no estaba en sus raíces. La llama surgió de un curso que dio en el Centro Nacional de Danza una de estas bailaoras españolas -más bien bailarinas- que carecen de esencia pero dominan la gimnástica.

El caso es que al guitarrista Lucía le preguntan por la salud del flamenco y responde que la tiene mejor que nunca. Debe referirse a su cartera porque con el flamenco pasa como con la pintura que, cuando no la hay, es cuando más se celebra.

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Leo en el interesante trabajo de Spezi y Preston sobre el llamado Monstruo de Florencia que un italiano, para sentirse como tal, debe dárselas de furbo, término que define a una persona astuta y maliciosa que sabe de dónde sopla el viento, que es capaz de engañar pero que no permite que le engañen, que elige no creer nada antes que ser tomado por crédulo.

El furbo también tiene un papel en España aunque no tengamos una palabra que lo describa tan escueta y brillantemente. Los bares españoles están llenos de furbos y, como a los del país de la bota, la fuerza se les va por la lengua.

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No es cierto que suframos por nuestros traumas sino que, generalmente, los aprovechamos para nuestros fines.

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Corot y Delacroix, cada uno en su estilo, pueden parecer los pintores más grandes e influyentes del siglo XIX. Lo segundo es probable aunque cada vez menos: lo primero forma parte de la historia de la modernidad, tan interesada.

El discurso sobre ellos, -el relato, como dicen ahora los cursis oficiales- debía ser aceptado como el resto de dogmas y artículos de fe para ser un hombre de respeto, un artista como hay que ser.

Por su parte, los dos pintores se echaban flores en su tiempo, manteniendo el terreno propio. La conocida frase de Corot, una especie de santo de la pintura, de que él es sólo el pajarillo que canta en una rama del frondoso árbol Delacroix es mera división del trabajo.

Como he sido un juvenil admirador de Corot tengo que decir que es un pintor de mérito antes de caer en las corotadas que tanto éxito y dinero le procuraron, además de una caterva de imitadores. Por su parte, el problema de Delacroix es que no sabe dibujar y los cuadros se le tambalean en lo esencial. Para encubrir la carencia -y el dedo de Ingres en la llaga, que sí dibujaba muy bien pero meaba hielo- se tira a lo barroco y se declara seguidor de Rubens. Un absurdo completo porque bajo las fantasías anatómicas del flamenco hay un dibujante excepcional.

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Penoso el artículo de Alberto Corazón sobre la exposición de los cuadros de Velázquez en el Prado cuyo tema es Felipe IV y su familia. Pensé desmenuzarlo concepto por concepto pero no vale la pena. Es obra de alguien que ha oído campanas pero queda confuso porque no tiene la menor idea de aquello de lo que habla. O mejor dicho, tiene unas cuantas ideas ajenas mal digeridas y sin entender. Es como el resto del público pero siendo académico de Bellas Artes cree que debe dar una opinión autorizada. La vergüenza es que El País le publique el potaje.

¿Cómo se hace uno, o le hacen, académico de Bellas Artes sin haberlo catado? Machacando en hierro frío durante muchos años hasta que te llega el turno. No tienes nada que demostrar, no hay pruebas objetivas que superar. Incluso puedes abominar de la Academia utilizando en tu currículum el título de académico.

Lo más gracioso del artículo, dejando a un lado las inexactitudes históricas y estilísticas que nos regala, es cuando se siente en la necesidad de hablar como artista y nos cuenta cómo pinta Velázquez. Debemos acostumbrarnos a estas cosas por parte de los modernos, que reclaman para si -también- la propiedad de los clásicos. Corazón, tras haber leído sin entender el libro de Garrido, dice cosas para enmarcar. Son prebendas que conlleva el título, decir majaderías y que nadie te conteste por temor a las consecuencias.