Hay halagos que, muy bien escondido, llevan tal desdén que es mejor no recibirlos.
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La igualdad es necesaria, el feminismo no. La primera ha conseguido mejorar la vida de las mujeres, lo segundo perjudicar a la sociedad entera.
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Los compulsivos nunca distinguen claramente cuándo hay que correr y cuándo conviene andar despacio.
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Debe ser difícil, finalizando la vida, no pensar que ha sido un fracaso. O que otra cualquiera podría haber sido mejor.
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Sale uno que sabe hacer monigotes en arquitecturas citando a Pontormo y Becafummi pues debe considerar que, conociendo eso, ya está todo dicho. Y lo mismo que todos los robaperas de entonces, abomina de la Movida, que es ahora lo fetén por lo mismo que se abomina de la Transición y el 78.
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Es deprimente haber superado en años a Velázquez, Rembrandt y Vermeer sin haber sido capaz de producir nada que pueda compararse a sus obras menores.
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Los grandes cambios en la pintura en el siglo XIX no descansan tanto sobre las hazañas de algunos pintores como en un físico y en la publicación del Recetario Industrial. En otras palabras: en la formulación de una teoría del color que no se fundamenta en las emociones sino en la experiencia científica y la comercialización del óleo en tubos.
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La oportunidad de cambiar tu vida, la que estás llevando, aparece varias veces antes de que envejezcas y ya no puedas hacerlo. En la mía siete veces cuento, así por encima.
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Durante los años de juventud mi dedicación a la música fue tan intensa que tuve que tomar la decisión drástica de dejarla para poder seguir pintando. Fueron los años de Clara y otros amigos.
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He podido ser muchas cosas: misionero jesuita, músico, arquitecto como quería mi padre, médico como quería mi madre o pintor como quería mi abuela. Todo eso entró en la batidora de los días y el resultado ha sido decepcionante.
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No hay secretos ni diferencias entre la forma de pintar de los grandes clásicos y la nuestra. Salvo que sus materiales eran de otra consistencia, un orden riguroso en el trabajo y el dichoso violeta, que mete el sol en la pintura.
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Nuestra relación con la química es complicada. Nos incita a hacer cosas que no desearíamos hacer en otro estado y nos impide solucionar los problemas que nos atormentan.
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Cuando la química cerebral se altera, nos destruye.
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El sol mejora todo, desde el ánimo hasta el aceite de pintar.
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El final de la vida es depresivo y resignado. Sólo el amor al prójimo, lo próximo, permite soportarlo. La fe en Dios y el amor te mantiene vivo tras entrar en la ancianidad.
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No fue por virus sino por órdenes de Stalin la hambruna en Ucrania: hijos que se comieron a sus madres pero también madres que se comieron a sus hijos. Cuidado con idealizar.
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A los humanos nos gustan las cosquillas en el coco. Queremos a quienes nos las hacen por fuera y admiramos a quienes nos las hacen por dentro.
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Ser humano es cometer errores. Lo que nos diferencia es saber reconocerlos.
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