Niño, ¿qué se dice?

 

 

Hay que gastar mucha fuerza para abrir la puerta de lo sutil.

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Sacar a alguien de tu vida es menos molesto que negarle el saludo.

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Hay personas afortunadas cuya grasa, la justa, se coloca en los mejores lugares posibles.

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Arranca con algo trivial y cotidiano. Podría ser el comienzo de una novela de éxito.

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Sobrevivir a una noche de pesadillas y sueños felices para encarar la tristeza del día.

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Las grandes fotografías tienen origen en el movimiento, las grandes pinturas en la quietud. El fotógrafo es errabundo, el pintor contemplativo.

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Solía decir Zóbel que el arte digno siempre es generoso y ofrece más de lo que cuesta. Citaba como ejemplo a Purcell: le encargan una ópera para un pensionado de señoritas y escribe ‘Dido y Eneas’.

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Lo he dicho tantas veces que me canso yo mismo: la probidad del arte no es la de la vida. Caravaggio y Ribera fueron dos canallas de enorme dignidad con los pinceles en la mano. Si serían canallas que, cuando Merisi da en Nápoles huyendo de la justicia se asocia con Ribera para dar palizas y atemorizar a otros pintores con el fin de que sólo acepten los encargos que ellos desdeñan. Nada de eso es rastreable en sus obras.

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Sorolla maneja el pincel con admirable soltura pero no es un esgrimista: no busca el floreo que admira el bobo sino la justeza en la relación valor/color/signo pictórico que conmueve al entendido.

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«Todo lo que puedes imaginar es real» (Pablo Picasso). Pero sólo si eres un hombre muy rico.

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Eso que llaman ‘ascetismo’ se da extensamente en lugares donde escasea la comida pero, principalmente, donde hay muchos barrancos –como en el Tíbet. Allí donde la gente, si no niega la vida y se repliega sobre sí misma en la inacción, solo le queda tirarse por el precipicio.

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El miedo pertenece a la abundancia. En la escasez, en la supervivencia, no hay miedo posible.

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Es muy saludable, supongo, que un periodista lea y estudie a Popper ‘comprendiendo’. Sus lectores agradecerán ese pelín de guindilla en el guiso. También lo es que un oftalmólogo aprenda geometría por un tubo y un pintor sepa de historia. Pero no admitiremos que el pintor nos largue un discurso sobre Doña Berenguela ni que el medico nos cure con escuadra y cartabón.

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Pocas cosas hay que le gusten más a un moderno que una tele que se ve mal, o no se ve en absoluto. Debe ser una especie de imprimatura, cuestión de oficio.

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Sabrán disculparme: no sirvo para viejo.  Me veo en el papel y seguro que lo hago mal.

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Hay mujeres que, al hacerse mayores y perder atractivo físico, están encantadas de convertir a los hombres en chevaliers servants. Da lo mismo que sean pobres o ricas, quieren rodearse de hombres afables, invitadores, serviciales y facilitones.

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Dos tipos de pintores. Unos tienen el estudio muy limpio y la paleta muy sucia, otros lo contrario.

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Volví después de tantos años porque me dolían los dedos y se iban quedando rígidos. Qué mejor que intentar soltarlos cada día un rato trasteando el diapasón. Los dedos duelen menos, han recuperado alguna agilidad -solo alguna- y los residentes invisibles de la casona seguro que agradecen un poco de meneo en el silencio de la noche.

Pero el tema es que en lugar de aprender olvido. Tengo que ir muy despacio en el aprendizaje de cosas nuevas y la velada siguiente no las recuerdo, así que reduzco el repertorio a lo que sabía de joven, porque fluye solo, y a improvisar. Un profesional que me aprecia dice que si ya no puedo ir deprisa que me concentre en el sentimiento. Ya, pero el sentimiento cansa mucho y me gustaría reservarlo para la pintura.

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Mandó una foto un amigo desde Granada en la que estamos José Guerrero y yo, en la inauguración de una exposición de alguien. La foto debe estar hecha en 1977 o 1978. Comentamos algo que nos causa risa -seguro que nada relativo al pintor que expone- y denota lo bien que nos entendíamos, la sintonía que hubo entre ambos en aquel tiempo. Faltaban unos años para que yo lo dejara todo y él muriese, pero cómo íbamos a saberlo. La foto se hizo en Madrid y probablemente el autor es Luís Pérez Mínguez.

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Las necesidades de la mayoría, o su capricho, impiden gobernar con criterios razonables.

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Las mentiras pueden comenzar siendo finas pero siempre acaban en burdas.

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La única manera de mantener una relación cordial con ciertas personas es no interrumpir.

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Los animales –y los pintores– para prosperar, solo necesitan dos cosas: tranquilidad y comida. Asegurad eso y se acaban los problemas.

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El retrato pintado acabó extinguiéndose a manos de la fotografía. No, como les gustaría a los filisteos, porque Picasso hiciera el monigote de Gertrude Stein, sino porque Kodak hizo que en cada casa hubiera una o dos cámaras. El parecido absoluto, que nunca fue lo más importante en el retrato pintado (a veces bastaba, como a Goya, un poco de caricatura) se hizo primordial. Nadie sabía cómo era realmente antes de la fotografía pues el espejo invierte la imagen, así que la gente confiaba en lo que de ella decía el pintor en su lienzo. Y un además que se compadece mal de los pintores: nadie está dispuesto a dedicar un mes o dos de su vida a que lo retraten. Posar es fatigoso, cansa y aburre, termina en tormento.

Felipe IV le dice a un alguien en una carta que Velázquez le ha propuesto hacerle otro retrato pero que le da largas pues, siendo moroso en pintar –dice el monarca– se encuentra viejo para pasar otra vez por ello. Seguramente hablamos de la cabeza pintada a lo fa presto que está en El Prado, poco más que un esbozo.

No es descabellado, en este tiempo, sustituir los retratos oficiales que eran usualmente encargados a pintores por fotografías. En los últimos años ha habido dos intentos de pintar a la Familia Real española, antes de la boda del actual monarca. La primera vez se le encargó a una pintora sevillana, muy acertada pintando atmósferas cromáticas incompatibles con un retrato de gran tamaño en el que todos los personajes tienen cara de moneda corriente. Tengo entendido que no acabó bien el intento, como era de esperar.

La segunda fue al gran maestro del realismo español, Antonio López. Él entendió desde el primer momento la raíz del problema y actuó en consecuencia: dispuso a los retratables e hizo que un fotógrafo profesional consiguiera unas buenas tomas. Con ellas trabajó a escala 1:1 –me parece pues no he visto el cuadro– y tan pendiente del parecido que optó por el viejo procedimiento que ya usaran Durero y seguramente otros antes: la cuadrícula. Un pintor poco inteligente la hubiera borrado pero no Antonio López: ahí está, visible por algunas zonas poco cubiertas de pintura, para quien quiera entender.

No enjuicio, tanto Carmen como Antonio son dos grandes pintores cada uno en lo suyo. Pero conviene darse cuenta: los Tiépolo, sin dominar los escorzos, no hubieran podido ser fresquistas.

 

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