Todo falso

 

 

La verdad es demasiado preciosa para repartirla en porciones iguales.

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No sólo es que sea tarde para casi todo, es que tengo la impresión de que siempre lo ha sido, desde niño.

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Un expresionista es un señor que pinta el cuerpo humano sin saber anatomía y disimula haciéndose el raro.

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Sé que tenía un alma pero debí extraviarla luchando por la vida. Cuesta mucho encontrarla y suele aparecer cuando estoy solo.

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No conozco ninguna mujer que, allí donde no le alcanzaban sus argumentos, no hiciese valer su condición de hembra de la especie.

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De la toxicidad al victimismo el trayecto es cómodo.

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Los amores, como los trenes, pueden ser de largo recorrido o trayecto corto, de vía ancha o estrecha. Nunca se sabe y no hay que preocuparse por ello, la vida es más fuerte.

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Un cínico sólo es interesante cuando pertenece a la Secta del Can, o sea: cuando es filósofo natural.

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Cuando tu interlocutor dice que le gusta la sinceridad te está pidiendo que largues por la boca, que él no piensa hacerlo.

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Cada oveja teme a una muerte, la suya. En caso contrario arremetería contra el lobo.

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El clima, la circunstancia, te obligan a soportar moscas pero si te gusta atraerlas eres pura bosta.

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Por delante del desafecto camina la falta de respeto.

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Llegada la adolescencia no volví a cumplir una orden de mi padre sin someterla a juicio. Eso le ponía muy nervioso porque era un cambio en las reglas de juego. Nos fuimos igualando con los años hasta que, en su vejez, necesitaba más de mis opiniones que yo de las suyas. Después de muerto, son las que él sostenía las que se han hecho canónicas. Es la forma en que los muertos gobiernan a los vivos.

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Todo más lento, los automatismos mentales fallan o se lentifican, ponerse en situación para hacer algo que requiera fuerte interés cuesta más y agota antes. Se tiende a hablar solo y en voz alta, la frontera entre pensar y hablar desaparece en algunos momentos; supone más trabajo callar lo que se piensa aunque sea una inconveniencia. Tonterías las justas y te vuelves impaciente. Esto es una muestra, hay más,

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El pisacharcos de nada entiende aunque se mete en todo lo que se diga. No saca nada en limpio pero disfruta embarrando el agua.

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Grayson Perry:’Esto es arte porque yo soy artista y digo que lo es’. Bien, vamos a negar la principal  y verás qué risa.

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El uno por ciento del uno por ciento del uno por ciento del gran mercado del arte lo constituyen narcos, financieros sin escrúpulos (oxímoron), mafia rusa, putísimas de alto standing (quinientos millones por divorcio, lo otro no lo cobran) y unos franceses con mucha clase que dan la cara y ponen las manitas con guantes. Todo lo demás es falso.

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El maldito no se hace, se nace. Los malditos hechos son falsos malditos. Es una desgracia que te puede caer encima.

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Indaga lo que hay no lo que quieres que haya– y llegarás antes a la verdad. (Atribuida a Sherlock Holmes).

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–Para poca salud, ninguna, –decía A. ante el gin-tonic recién servido. Comienzo a darme cuenta de que no andaba descaminado.

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Destripar obviedades es, tal vez, el bisturí más fino para llegar a la verdad.

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En la juventud es más interesante la belleza que la inteligencia por el afán reproductivo. En la vejez también, por melancolía.

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La razón más abundante en el cráneo humano, huesos y músculos, es el número tres. Y no lo digo por la habitual partición en tres segmentos sino por algo bastante más interesante.

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Lo que llaman eclecticismo es propio de la juventud, que aspira tragarse el mundo para entenderlo. Para el viejo es una estupidez. 

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El mayor mal que le puede suceder a un pintor es que sus obras sean atribuidas a otros. Podría decirse que Vermeer no existió como pintor hasta finales del siglo XIX o principios del XX. Que buena parte de sus obras más conocidas estén firmadas no fue obstáculo, jamás una firma le ha parado el pulso a un historiador del arte. El ‘Caballero de la mano en el pecho’ del Greco estaba firmado, y la firma era la suya, pero a un director del Prado no le encajaba el cuadro en la cabeza y ordenó borrarla.

Volviendo a Vermeer, lo cierto es que no sabían qué hacer con él ni cómo ubicar su complejidad, así que repartieron la mayor parte de sus obras entre los pequeños maestros costumbristas coetáneos del genio.Tuvo que llegar un cambio de sensibilidad para que sus cuadros recuperasen la autoría.

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Con cada nuevo color que incorporas a la paleta tu pintura sale perdiendo.

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El amor, la pasión por el arte no se garantiza por dejar que unos profesores gritones sienten a los nenes ante Las Meninas. Más bien todo lo contrario: no se debería permitir la entrada de niños y adolescentes salvo que aporten suficientes elementos para demostrar un interés previo muy notable. Lo mismo habría que hacer con chinos, japoneses y resto de provincias. Y la entrada, para los no que no pertenecen a la secta, a un mínimo de cien euros.

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En algunas de mis pintura hay ironías ocultas salvo para los entendidos. Son intencionadas. Dos condicionantes: que sobrevivan al paso del tiempo y que la especie ‘entendido’ –cada día más rara– no se haya extinguido.

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En la hagiografía de los pintores, –argumentario romántico en el que todavía estamos–, Velázquez es el Bien, la Bondad y la Belleza; Rubens un frivolón con satiriasis siempre dispuesto a doblar ganancias; Van Dyck el gafitas aplicado y sin genio; Caravaggio un rufián criminal muy simpático; Van Gogh el loco dulce, suave y tierno como oreja de gato; Cézanne un torpe genial que lo da todo y muere pintando; Picasso el genio más grande que vieron los siglos, incluyendo asirios y babilonios…  para qué seguir.

La biografía de un pintor tiene importancia en lo que atañe a su pintura, si algunos episodios nos aclaran sus hechuras. Velázquez engañó a su mujer con una italiana que le dio un hijo al que mantuvo hasta su muerte; Rubens amparó y enseñó a jóvenes con talento, más allá de su condición económica; Van Dyck, en su pintura más íntima, es de una sutileza exquisita; Caravaggio ensartó a un tipo que le estaba tocando los bigotes, en un tiempo en el que todos llevaban espadas y sabían usarlas; Van Gogh tuvo accesos de locura para meter miedo hasta al bragado Gauguin; Picasso, ¡uff!… Picasso.

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En la pintura todo es fórmula, desde escoger una trama de lienzo y darle una imprimación, disponer sobre la paleta estos colores y no otros, preferir moverse en una gama alta, media o baja.

Sin fórmulas nadie puede pintar. Traducimos el mundo visible a unos colores que nunca se corresponden, ni pueden, con los presentes en el natural, por su naturaleza infinitos. Resumen, síntesis, filtros visuales y manuales, forman el alambique por el que la persona que pinta produce el cuadro.

La práctica de la pintura en los grandes maestros supone un taller y, para que lo haya, tiene que haber fórmulas y colores premezclados. La inspiración, el genio del maestro, se muestra en la concepción del tema (el dibujo con su claroscuro) y en el acabado final. Lo que vemos es de la mano del maestro pero los ayudantes han hecho las partes mecánicas, de oficio. Sin tal división del trabajo la producción hubiera sido menor y diferente.

El taller termina cuando palacios e iglesias son sustituidos por las casas de los comerciantes holandeses, en la agonía del Barroco. La última gran obra de taller es La Ronda de Rembrandt. A partir de ese tiempo, por más que haya excepciones puntuales, el pintor camina y se defiende solo. No quedan mecenas ni grandes encargos y aparece el merchán con su corretaje.

En el Romanticismo se hace de la necesidad virtud, oficio y talento son sustituidos por genio. El individualismo, la originalidad a todo trance, impiden el taller. El pintor enseña, cobrando o no, pero ya sólo pide favores para tensar un lienzo muy grande, manejar un bastidor que ídem o montar la obra en una pared. No hay niños aprendiendo el oficio, viviendo en casa del maestro. En ese tiempo tan prosaico nacen todos los mitos del arte moderno.

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¡Oh, mon Dieu, quel beau tableau je viens de peindre…! –dice un personajillo, pintor dominguero, en una viñeta de Sampé, ante la indiferencia del mundo. Ningún otro pintor, salvo que sea tonto, moderno o estafador –suelen sumarse las tres categorías– diría algo ni parecido. Se hace lo que se puede, el ‘esto es lo que hay’ de mi amigo A. mirando su cara en una foto, y lo dejas porque no sabes más o te has cansado del cuadro y él de ti. Ni siquiera lo firmas, de momento, hasta que alguien se lo lleva y pide que lo hagas. La libertad del pintor consistía en esto, en la soledad más completa, trabajar sin un programa iconográfico, para un mercado inexistente y una escena en la que mandan un puñado de ignorantes que no se juegan nada y en la que eres tú la mercancía.

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En España no hay mercado del arte, hay mercadillo. En el de verdad, que sigue por el momento en NY, no interesa nada por debajo de los 15 millones de dólares. Se ha pagado más de diez veces el precio del ‘Juan de Pareja’ de Velázquez por un Rothko falso.

 

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