Peleando por dinero

-Coge el dinero y vete. No nos hagas nada -dijo ella, cagada de miedo.

El chico no respondió pero seguía mirando con aquellos ojos extraviados y con la navaja en la mano. Joder, pensé, la beneficencia de la culpa. La gente se lleva muy bien con su dinero, pero en cuanto aparece alguien que está verdaderamente necesitado, a todos se les ocurren de repente magníficas ideas acerca de la redistribución de la riqueza.

Cuando los ojos del chico se desviaron lateralmente pensé: a la mierda, y descargué el puño con todas mis fuerzas contra su cara. Durante unos segundos no pasó nada. El chico permaneció en el mismo lugar, mirándome desolado. ¡Vaya!, pensé. Ya no queda ni la sombra de la potencia de antaño. Seguramente había sido una de las peores ocurrencias de mi vida. Ahora me rajaría el hígado y haría con ella lo que le diera la gana después de arreglarle la cara con la navaja. Pero el chico cayó de lado, repentinamente, y yo salté tras él. Le solté otra buena castaña en la cara y, ya en el suelo, le aplasté la nariz con la rodilla.

Cuando estás peleando, tratas de explicarle a tu adversario, de la forma más clara posible, que el que está perdiendo es él. Como en cualquier otro deporte, es esencial mantener la moral bien alta, tener la actitud más adecuada: pero tanto la moral como la actitud son precarias. Pueden irse al carajo en medio segundo, por ejemplo en el instante en que tu nariz deja de apuntar hacia adelante para señalar hacia el interior de tu cráneo.

Así que, tras el rodillazo en la cara, le metí un puñetazo en los huevos, y después una patada en la boca. Yo tenía el piloto automático puesto y estaba dispuesto a rematar la faena. Una cosa importante de las peleas -que es, de hecho, por lo que Dios las aprueba- es que, si consigues dar con tu enemigo en tierra, puedes estar seguro de que podrás tomarte todo el tiempo necesario para machacarlo. En esas estaba cuando noté que me tiraban del hombro. Otro más, pensé.

-Ya basta -dijo ella, intentando apartarme de la presa.

Debí mirarla con cara poco amistosa porque añadió:

-Por tu culpa han estado a punto de matarnos.