Cuadros de chamarilero

 

 

La obligación del viejo ante los jóvenes es callar. Si acaso, como en el autorretrato de Rembrandt, reír sin decir por qué aunque piensen que te has vuelto loco.

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Más que en eso que llaman karma, y no pertenece a nuestra cultura, creo en un juicio de carácter, digamos, más definitivo. Pero me hace dudar la cantidad de gente que está dispuesta a correrte a karmazos.

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El bien nunca necesita justificación, El mal, continuamente.

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Hay momentos en los que el corazón pesa demasiado pero sigue latiendo y, al poco rato, vuelves a hacer de rana en la olla.

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El amor sin amor no es nada, y con él un lío espantoso.

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No falla la musa, ni la técnica, sino las fuerzas para meterse en trabajos de cuyo final no estás seguro.

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Si alguien me dice que le gusta Dalí pienso que tiene una opinión pero si dice que le gusta la pintura de Dalí entonces sé a quién tengo delante.

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El miedo de todo pintor es que sus cuadros acaben en el chamarilero.

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Una artista se ha dedicado a orinar por las calles y expone fotos y vídeos de tan privados momentos en el Pabellón Español de la Bienal de Venecia. Tiene su lógica: Duchamp metió un urinario en una galería de arte en 1917. 102 años más tarde lo coherente es considerar a la orina como posible fuente de arte.

A mí, como pintor, me da lo mismo. Me duele como ciudadano porque los cuatrocientos mil euros que le ha pagado la Administración salen, en parte, de mi bolsillo. Por lo demás como si bebe gasolina y se echa un cigarro.

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Pintar la luz del sol, la de verdad, han sabido hacerlo muy pocos pintores. Los impresionistas no. Pintan con tonos claros pero el sol fuerte los derrota y envía a casa.

El sol se come el color local y oscurece las sombras. Pintar en esas condiciones y ser justo en la captación de los valores tonales y el croma está al alcance de pintores con un ojo y una mano privilegiados. No más de media docena hasta el presente.

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Desde que supe que el artista Barceló deja colillas en sus obras, por si un día alguien se interesa en su ADN, no duermo pensando en hacer lo mismo.

Colilla no puede ser pues la convierto en protagonista. Tiene que ser un elemento que sólo se vea si lo buscas.

No resulta fácil pues me molesta firmar sobre la pintura: la veo como un apósito obligado pero inútil, y si por mí fuera bastaría con firmar por detrás. Un poco de saliva, a ver si me voy animando.

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Los iris de agua animan la vista con su amarillo radiante. Siempre que les da el sol aparece Sorolla en mi patio.

 

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