Un perro millonario

Hacia el final de la cena en uno de esos restaurantes en que los camareros parecen dentistas y sirven comida con garantías de vida eterna, apoyé mi mano sobre la suya y le dije:

-Tal vez te sientas un poco decepcionada. Entiéndeme bien. Si te digo esto es porque me siento absolutamente perdido. Confiaba en que, a diferencia de la mía, tu vida fuera transparente y clara.

-Dios mío -dijo ella, cuánto sufres.

-Ya lo sé, es un escándalo.

De vuelta a casa sacamos a pasear al perro. El animal probó los límites de la correa, el olfato, la vista y el oído. Después se paró para hacer sus cosas de perro, semiagachado, dobladas las patas traseras.

-¿Qué es eso?

-Un recogedor para los excrementos del perro.

-Fantástico, un recogemierdas -dije-. ¿En serio vas a recogerlo? Por favor…

-La gente se pone muy seria con estas cosas -dijo ella-. Te gritan de todo.

-Ninguna cagada de perro ha hecho nunca daño a nadie.

-No creas, es muy tóxica, y en esta calle hay niños jugando a todas horas. Pueden contraer enfermedades.

-Con las cagadas de perro y con todo lo demás. Quiero decir que, una vez puestos, te puedes contagiar con cualquier cosa. Con los recogemierdas y hasta con los niños.

El dolor tiene mucha paciencia, pero incluso el dolor llega a veces a sentirse aburrido y siente deseos de cambiar. Hasta el dolor acaba sintiéndose fastidiado, y entonces le vienen ganas de encontrar alguna variación. No siempre quiere el dolor aguantar ahí, doliendo todo el rato. Al cabo de una hora aproximadamente, había conseguido introducirme en algo así como una imparcialidad provocada por autohipnosis, cierta ingravidez que me recordó lejanamente los atascados sentimientos de rabia budista que experimento a veces cuando tomo conciencia de algún fallo. Pero soy capaz de encajar los chistes, pensé, incluso cuando el chiste es mi vida, cuando el chiste soy yo. A menudo tengo la sensación de que doy risa. Carcajadas. Pero el chiste se está agotando, incluso ese chiste que soy yo empieza a perder su gracia, como todo lo demás.

Cuando vi que mi vida empezaba a adquirir forma, volumen, yo fui el primero en partirme de risa. Qué ingenioso, pensé. Las formas y volúmenes de la vida parecen ridículos, hasta que llega el momento en que te da la sensación de que son trampas, maldiciones, limitaciones humanas. Es posible que todos seamos tullidos. Yo lo soy. He sido derrotado por la vida. No fui rival para ella. Soy un tullido en conjunto y pieza por pieza. Tengo problemas de todo, el corazón no me marcha bien y tampoco el páncreas. No sé nada, soy débil, fatuo, frágil. Necesito una nueva dimensión. Estoy harto de hacer papeles de una sola frase. El resto del espectáculo se reduce para mí a simple lluvia ácida.