El triunfo de Venus

El más hermoso y enigmático cuadro del discípulo de Pontormo, una alegoría para un libertino refinado como Cosme de Médicis. Véase el Tiempo que intenta cubrir a los amantes con el paño de azul de lapislázuli con oposición de la Calumnia y repárese en el magníficamente modelado culo de Eros y su postura. La Inocencia, la niña que porta algo en las manos, y las máscaras a los pies de los amantes.

Panofsky, como no podía ser menos, le dedicó un extenso análisis en sus Estudios sobre Iconología al que remito a los curiosos.

Para quienes lo hayan visto al natural, como es habitual en Bronzino, se trata de un cuadro-joya por el modo en el que están hechas las carnaciones, la exquisitez del disegno y el acabado de los detalles. La composición es, desde el punto de vista geométrico, un verdadero laberinto. Qué lejos estamos de los pesos equilibrados de Pier della Francesca. Aquí es Miguel Angel quien se ha impuesto a través de Pontormo, el cultivo de la línea cerrada y la forma como un todo, un Miguel Angel sin terribilità, sin el fuego que todo lo abrasa. La pasión se ha convertido en elegancia, en deleite para ojos sensibles al erotismo de la línea.

Oposición de contrarios. El Tiempo que ayuda a los amantes en lugar de destruirlos, como sucederá un siglo más tarde; la Calumnia (la Mentira, dicen otros) que trata de impedir el púdico velo. La Locura que mesa sus cabellos en la semioscuridad, junto a los cuerpos bañados en luz de los amantes; Venus que sostiene una esfera de oro (signo solar) en una mano mientras en la otra exhibe orgullosa el dardo que hiere a los mortales y ofrece su lengua a Eros (un detalle imperceptible en la reproducción). El propio Eros, un joven del gusto de Cosme, rendido a Venus pero exhibiendo su espalda completa y ofreciendo el trasero a los ojos del sodomita. El putto que trae flores y la Inocencia en forma de niña cuyos dones están velados. La paloma y las máscaras.

El enunciado de los atributos no agota el sentido, ni mucho menos. Se trata también de un cuadro enigma, tan del gusto de la Maniera. Ya saben que para un cultivador del estilo no era tanto representar una escena cuya descripción podía leerse en texto conocido como hacerlo a partir de otro más hermético y que el espectador ilustrado pudiera reconocerlo.