Carta de un obispo

23.10.2002

Estimado amigo:

No estoy seguro de si recibirá esta carta pero después de todo lo que me ha ocurrido en los tres últimos años, ya no estoy seguro de nada y, sin embargo, me siento bien (en la medida en que me lo permite la conciencia), incluso mejor que antes, cuando hacía ridículas dicotomías: cierto-incierto, y he recuperado mi fe firme en Dios.

Después de su repentina e inesperada partida, aquí han cambiado muchas cosas; sospecho que usted ha seguido el curso de estos cambios en la prensa. Un régimen democrático ha reemplazado al régimen comunista. Se han abolido muchas de aquellas leyes anacrónicas y absurdas (que tanto le exasperaban a usted) y la vida se ha vuelto mucho más agradable, pero -desgraciadamente-, también demasiado occidental. El Gobierno ha promulgado una ley según la cual la República será desplazada ocho mil quinientos kilómetros hacia el suroeste. Con el fin de acercarse a las corrientes del mundo actual y de integrarse cuanto antes en la decadencia generalizada. Por el mismo motivo se ha llevado a cabo una reforma del idioma, debido a lo cual una de cada tres palabras de esta lengua se sustituye por su equivalente en inglés… Las nuevas autoridades han legalizado los prostíbulos y las empresas privadas. Por supuesto, la religión ya no se considera el opio del pueblo, por lo que he tenido la oportunidad de desarrollar una actividad misionera muy fructífera y predicar libremente los Evangelios.

Por desgracia, en vez de interesarse por la religión, a la mayoría de la gente le atraen más las cámaras digitales, las televisiones, los vídeos y los teléfonos móviles. A pesar de eso he logrado organizar una comunidad cristiana bastante fuerte -si bien es cierto que sólo en la periferia- e incluso construir una iglesia y una casa parroquial. Y, ¡milagro!, he conseguido sacarle una subvención al Gobierno.

En lo que respecta a nuestros amigos comunes y sus destinos, las cosas han tomado el siguiente curso: el coronel Tijonov se retiró a su país porque no pudo soportar la democratización. En cierto modo tenía razón: democracia, disciplina y religión no son compatibles. Según he oído, el budismo también le decepcionó y ahora es activista de un partido nacionalista ruso. Y Chuck ha progresado. Las nuevas autoridades lo han nombrado redactor jefe de un periódico dirigido a los extranjeros. Hemos bebido mucho whisky juntos (ahora se bebe whisky) recordándolos a usted y al señor Couturier, antes de que, de la misma manera que llegué, me encontrase de nuevo en A.

En una ocasión leí en un libro de un mejicano de bigote, pasticheando a Proust, una frase interesante: «Pero la razón, ni tarda ni perezosa, nos indica que, apenas se repite, lo extraordinario se vuelve ordinario y, apenas deja de repetirse, lo que antes pasaba por hecho común y corriente ocupa el lugar del portento…»

Creo que en ello reside el secreto de mi regreso a A. Mientras estaba confuso y asustado por mi estatus, perdía la fe en mí mismo y cometía errores uno tras otro. En cuanto me reconcilié con mi destino y organicé mi vida, en cuanto me sumergí en la vida cotidiana y empecé a hacer planes de futuro, una noche me dormí y después de tanto tiempo soñé estar en mi despacho de A. Y cuando ya era hora de despertar, me sentí cansado y eché una cabezada en el canapé. Y hete aquí que de nuevo desperté en A. «Este sueño se ha alargado muchísimo», pensé, pero no había manera de despertarme. Finalmente desistí. Ahora estoy aquí y he retomado mis funciones. Tan solo de vez en cuando, más por nostalgia que por dudas, me detengo durante mis paseos vespertinos y me pregunto: ¿todo aquello que ocurría en aquel país era mi sueño o el tuyo?