Dos fumadores

No siempre tiene uno la óptica adecuada consigo. Ayer me senté a propósito junto a dos fumadores de puros, ella y él, uno con su Montecristo y la otra con un Cohiba. Una pareja ejemplar: ella bebía vino y él soplaba un gin-tonic en copa de balón, muy cargado de hielo. De vez en cuando ella lo besaba sensualmente y él se dejaba hacer. Después le daba una buena calada a su veguero.

Tenían una foto cuando los dos se llevaban los puros a las bocas y lo ensayé pero con un treinta y cinco milímetros la cosa no encajaba (demasiado aire y detalles irrelevantes) salvo que me acercase hasta rozarlos. Lo estuve valorando pero, dada la extraordinaria proximidad física, podía ser entendido momentáneamente como un ataque. Tuve que pensar en que la foto no iba a ser buena para convencerme de que no valía la pena asumir el riesgo de un sartenazo o una discusión en mi propio pueblo, y esto último es importante: uno asume sin pestañear peleas feroces en medios ajenos pero no en el propio, donde tiene fama de hombre de respeto. Tomando ejemplo lobero: no lo hagas donde tienes tu cubil.
En realidad lo que me interesaba era deshacer un nudo que tenía en el estómago porque la Leica M9 se había puesto desde el día anterior a hacer rayitas en la imagen. No me di cuenta hasta el día siguiente, cuando vi las fotos en el ordenador y aseguro que eso asusta mucho y hace pensar con melancolía en los tiempos de las rayaduras en los negativos, nada serio con un spray de aire y un cepillo suave. Pero un sensor, ¿qué demonios hace uno con un sensor y su circuitería electrónica? ¿Y si se ha quedado frito? Todo se va en recordar si la cámara estará aún en garantía y si la gente de Leica responderá como suele hacerlo, cobrando una fortuna por la reparación. Vale, es un equívoco: las cámaras de película tienen reparación pero como se fría un sensor o su circuitería ya te puedes ir despidiendo porque lo restante es chatarra al peso.
Por suerte parece que no, que debió tratarse de que la batería estaba baja de carga o de algún problema con la tarjeta en que se almacenan las imágenes, quién sabe. De todos modos el servicio técnico del representante de Leica en España estará cerrado hasta septiembre, o sea que sólo se puede seguir disparando con ella a ver si se repite. Si lo hace vete preparando el bidet, lorito.
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Veo muchas fotografías por internet estos días de inmovilidad forzosa. Busco talento, no originalidad, y sólo encuentro lo segundo y no abundantemente. Uno se cansa del estilo Magnum, del estilo NatGeo, del estilo Gursky, del estilo Nan Goldin, de todos los estilos premiados por las revistas y las mafias fotográficas. Hay saturación, la fotografía es finalmente el arte más democrático, cualquiera puede hacer una foto y que sea interesante o buena. Cualquiera menos quienes asisten a talleres y oyen a los gurús.
Un sobrino segundo, muy joven, ha cogido el toro por los cuernos: lleva seis meses en Haití y ahora se va a Somalia. Por su cuenta, como freelance. Su padre no puede quejarse porque él hizo cosas parecidas o incluso más peligrosas, como cazar un carnero de las montañas de Afganistán durante la guerra con los rusos. No cazarlo él sino guiar a una anciana norteamericana para que lo cazase, que es todavía peor. Y lo consiguió.
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Por la tarde me entretengo cambiando la configuración del animalito digital, inactivo mientras no viaje a Cuba, que espero sea pronto. Todo a punto menos yo y eso sí que raspa el alma.