Defecto trágico

 

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Leo una entrevista que le hacen los de EC a Ignacio Gómez de Liaño. Ha publicado unos diarios antiguos que no estaban pensados para darlos a conocer. Tengo un gran respeto por este autor, con el que siempre he tenido una relación distante y escasa pero armoniosa.

Lo conocí hace muchos años. Era yo estudiante y él estaba sentado con el pintor Manuel Quejido en una mesa de la Cervecería Alemana de la madrileña plaza de Santa Ana. Un lugar muy bohemio entonces. Discutían ambos apasionadamente y, todos éramos muy jóvenes, me metí en la discusión desde la mesa de al lado. No recuerdo cuál era el tema pero sí el ardor que le echamos, como si el mundo estuviera pendiente de nuestras palabras.

Él era entonces, me parece, profesor de Estética y hacía lo que se llamaba en aquel tiempo poesía concreta. Cuentan que hizo un crucero por las islas griegas con un impecable traje blanco… trabajando de fogonero, sin mancharse ni un momento. Esa anécdota -que yo creo, conociéndole, completamente cierta- describe muy bien al personaje.

La última vez que nos vimos yo daba clase en una facultad de BB.AA. y le invité a participar en un ciclo de conferencias. Nos habló sobre Giordano Bruno y el Arte de la Memoria, un tema muy suyo, dejando fascinado al auditorio.

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Anoche concierto en la iglesia de San Francisco. Dos orquestas constituidas por estudiantes de alto nivel, algunos niños y otros adolescentes entre los catorce y los dieciocho. Tocaron muy bien.

Me produjo mucha alegría oírles pues, con gente tan joven en el escenario, se da uno cuenta de que el porvenir de la música clásica está asegurado. Otras artes han podido errar el camino y perderse, seguramente para siempre, pero la música sigue a lo suyo, con sus métodos y disciplina, con el mismo sistema de transmisión de conocimientos.

Lo que le debe esta ciudad, musicalmente, al pianista Luis Bravo. Por supuesto, fue cosa suya el traerlos y ocuparse de esos cien adolescentes, una tarea que no debe ser fácil.

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Una religión sin mística es sólo una moral de andar por casa.

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Los héroes son siempre portadores de un defecto trágico. Y es esa cualidad interna la que acabará con él y con todos los que le rodean.

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Los hábitos nacen de la compulsión, las rutinas son electivas. El hecho de que se trate de la misma elección todos los días carece de relevancia.

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No puedo añorar, como el Casanova de Colinas, los serrallos azules de Estambul porque no los he conocido. Añoro las playas enmarcadas por selvas esmeralda, con aguas tan verdes y azules que sólo un pintor muy colocado podría soñar. Aves al amanecer que entonan cantos imposibles. Seres humanos morenos, con sonrisas tan blancas como el más puro de los inviernos. Atardeceres suaves y satinadas noches negras, iluminadas sólo por la luz de las estrellas.