Ni hoy ni mañana

 

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Corren los días de un agosto que está siendo duro por las temperaturas. No refresca de noche y eso fatiga; a la gente se la ve cansada y harta. Apenas salgo de casa y ando del estudio al ordenador, duermo tirado en la cama y me beneficio del aire acondicionado sin el que ya no sabría estar.

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Lo de la inteligencia emocional es tremendo: cuando has aprendido a manejarla ya te estás marchando. Sucede lo mismo con la pintura pues malgastas la juventud en pos de quimeras y cuando sabes lo que debes hacer tienes ya puesto un pie en la calle de la que no se vuelve.

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Intercambio correos con un químico norteamericano que ha investigado mucho sobre aquello de lo que llevo queriendo hablar desde hace treinta y un años. Entonces no había posibilidad de conseguir, en ningún lugar del mundo, productos que ahora son fáciles de encontrar al rebufo del asqueo ante el arte moderno. Cuando compraba trementina de Venecia o cenizas de lapislázuli me tomaban por rarito.

La gente pintaba, comienzos de los ochenta, con pintura industrial de pintar puertas o paredes. Los más exigentes con polvos Nerca, una marca de pigmentos muy poco fiable y de molido insatisfactorio. Sólo W&N en Inglaterra mantenía en catálogo algunos productos obsoletos pero eso fue hasta que los japoneses compraron la fábrica y eliminaron todo lo que no fuera dirigido al público mayoritario, que eran las marujas y marujos que pintaban pompier.

Recuerdo la chanza de cierto pintor sevillano con mis imprimaciones y óleos amasados en el momento. No lo entendía pero el futuro se encargó de arruinar buena parte de su obra. Y aquí andamos.

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Ayer acristianamos en la iglesia del Pago al hijo de L y A. Es ya una tradición que los niños de la familia se bauticen en aquella iglesita campestre. El niño se portó como un invitado más y debió sentirse agradablemente refrescado por el agua bendita pues miró al cura como dándole las gracias. Los padres resplandecían y esta ceremonia me hizo recordar otra, inevitablemente, en la que el diarista oficiaba de padrino de mi hijo pequeño, que estaba muy cabreado con el jaleo de alrededor y era lo suficientemente mayor como para entender lo que se le decía. Cuando el cura le preguntó lo de ¿Renuncias a Satanás, etc? El chiquillo soltó un ¡No! que dejó suspenso al sacerdote, sin saber qué hacer a continuación. Alguien tuvo la feliz ocurrencia de salir a comprarle un helado y el niño pasó el resto de la ceremonia callado y dando lametones al cucurucho.

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La planta baja de la casa está imposible pues ando de obras, remozando una cocina que tiene ya muchos años y estaba pidiendo un retiro en forma de vertedero municipal. Desayunamos y cenamos en la terraza, con la vista puesta en el resbalar de la luz sobre el pueblo. A. hubiese pintado este paisaje pero ninguno de los dos somos él ni nos sentimos tentados de serlo. El paisaje arquitectónico es como un bodegón: las cosas están quietas y lo único que cambia es la luz. Aunque parece endemoniado no es difícil de dibujar si sabes cómo hacerlo y tienes los medios para ello, que no consisten en ponerse a hacer rayas. Lo malo del paisaje arquitectónico es que es muy tirano, así que cuando, después, pintas una figura o algo que esté vivo lo acabas convirtiendo también en cemento.

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Dice Singer que debemos creer en el libre albedrío pues no tenemos otra alternativa. La frase chispea y denota muy buen humor pero un pesimista como yo sabe que no es cierta pues siempre, hasta el último suspiro, tenemos posibilidad de hacer las cosas de otra manera.

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Para seguir dando la matraca con Velázquez: no hacía esbozos ni planteaba lo que iba a pintar. Las radiografias publicadas por el gabinete técnico del Prado nos muestran cómo mudaba de opinión y era capaz de cambiar todo el giro de una figura de tamaño natural, sin darle mayor importancia. Lo asombroso para los artistas es que su pintura nunca se fatiga ni embarra: tapa la anterior con una capa del opaco blanco de plomo y pinta encima como si fuera de nuevo la imprimación, olvidando lo que quedó sepultado para siempre y que sólo los medios técnicos nos han permitido ver.

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Ayer se fue y mañana no ha llegado, dice el clásico. Y así nos va.