Sino el que soy

 

 

Me distrae tanto la realidad como me aburro de mí mismo. Hay que callar esto, conviene dejar a los del Arte Moderno que sigan a lo suyo sin percatarse del placer al que renuncian.

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Sacar de mí mismo –juventud, egolatría– lo hice durante años, los de las obras rompedoras y enormes. Ahora que tengo que medir fuerzas y dejar algo inconcluso para el día siguiente me encuentro muy cómodo en la traslación desde el ojo al pincel.

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Tengo muchos colores a mano pero, en el día a día, sólo utilizo unos cuantos, muy pocos. Zorn usaba sólo blanco, negro, amarillo y rojo pero su obra –además de por las cansinas aunque robustas campesinas suecas– es aburrida. A veces llama mi atención la finura bestial con que ha rodeado un gris para que parezca azul. Más que interés por su obra es morbo de oficio.

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La exactitud en el dibujo es cuestión de situar correctamente en el papel o lienzo las dos coordenadas en las que se encuentran en el mundo real cada uno de los puntos que se quieren trasladar. El color no funciona así sino por altura tonal, como en la música: se puede elevar o bajar la escala pero, manteniendo el orden debido, la melodía sonará entonada.

El dibujo es relacional, el color es cuestión de establecer, y seguir respetuosamente, clave tonal y escala.

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Que un pintor se pase la juventud imitando a otros es lo deseable. Hay que desconfiar de quien, con menos de treinta años, pretende tener un mundo propio. La medida de un pintor joven es, por ello, la talla pictórica de sus maestros, reales o imaginarios.

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La última vez que vi con vida al escultor Paco López fue en su casa de La Herguijuela. Estaban horneando merengues y me invitó a probarlos. Yo quería evitar a toda costa que Juan de Ávalos modificara la Plaza Mayor con una de sus esculturas gigantes, esta vez dedicada a Doña Francisca Yupanqui, hija de Francisco Pizarro y esposa de su medio hermano Hernando.

Hablé con la autoridad y se aceptó que Paco López hiciera una escultura de escala humana para colocarla en las inmediaciones del castillo. Eso fue lo que me llevó a La Herguijuela aquella tarde de domingo con aroma de pasteles. Después fui a su taller en Madrid con el político encargado del asunto y se cerró el encargo, sin papeles. Al cabo de unos meses Paco tenía listo el boceto. Gustó y se puso a la tarea de aumentar la escala, pensando fundir en bronce. Mientras sí, mientras no, hubo cambió de idea y el monumento se encargó a otro escultor, que fue quien lo llevó a cabo, aunque en este caso sin relación con Doña Francisca.

Fue muy embarazoso, sobre todo llamar a Paco para que no siguiese trabajando en algo que nadie pensaba pagarle. Con ánimo templado me quitó la preocupación diciendo que daba igual, que le había gustado hacer el boceto y lo utilizaría para otros fines. Sólo me quedaba hacer lo que hice: mandé un texto al diario regional explicando las vicisitudes y ofreciéndome como testigo para el caso de que el escultor quisiera emprender alguna acción legal, lo que –por supuesto– no hizo.

El lagar de Paco e Isabel está comenzando a ser ruina: hay una tapia con un tremendo mordisco, consecuencia de las lluvias, y me dicen que han saqueado la casa en varias ocasiones. Da mucha pena ver ahora el Lagar de los Artistas, que es como lo llama la gente del pueblo.

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Venía pensando que las ideas neoplatónicas sobre el arte habían entrado en la Península por Sevilla pero hay un antecedente: el portugués Francisco de Holanda, que estuvo en Italia y tomó las nuevas ideas de primera mano. Vuelto a Portugal no consiguió difundirlas más allá de un pequeño grupo de convencidos pero sí tuvieron difusión en España a través de Denis, un pintor portugués que ejerció aquí y tradujo los escritos.

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Las estrellas son espejismos, fantasmas: cuando vemos su luz hace demasiado tiempo que se apagaron.

Una pesadilla que tuvo el pintor Z.: soñó que, niño, miraba el cielo en la noche y las estrellas se iban apagando despacio, de una en una. Era el Apocalipsis.

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Cita un escritor a Giacometti: «Si en un incendio tuviera que escoger entre salvar a un gato o un Rembrandt, salvaría al gato,…y luego lo dejaría libre«.

Siempre sospeché que este pintor y escultor no amaba a las personas, como Picasso, sino que las usaba como pretexto formal. Si amas razonablemente a la Humanidad no tienes más opción que sacrificar al prescindible gato y salvar el irreemplazable Rembrandt. Mira la coda final, en voluta: lo dejaría libre.

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Dos formas de entender la vida: Él pregunta: ¿Por qué registras mi ordenador? Ella contesta: ¿Por qué me gritas?

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No hay relación amorosa que sobreviva al psicoanálisis.

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Dice Escohotado: Obedecer una ley injusta es ser cómplice de ella.

Se pilla los dedos el filósofo del comercio pues no hay ley por benévola que parezca que no sea injusta para alguien. La frase deja al arbitrio de cada cuál determinar qué leyes son injustas y no se deben obedecer, considerando que la norma –que pertenece a lo social– debe supeditarse a lo subjetivo.

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Dice el citado Francisco de Holanda en el comienzo de sus ‘Diálogos de Roma’: Si Dios me diera a escoger libremente cuál de entre todas las gracias que ha dispensado a los mortales querría tener o alcanzar, ninguna otra le pediría, después de la fe, sino la alta capacidad de pintar ilustremente. Ni por ventura en ésta querría ser otro hombre, sino el que soy.

 

Rembrandt. Aetatis Sua, LI

 

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