Homenaje (Sleeping with Ghosts)

Don McCullin ha pasado demasiado tiempo entre seres humanos que hacen cosas terribles a otros seres humanos. Sin embargo palpar el Mal, tocarlo con las manos, no le ha abotargado los sentimientos ni le ha hecho embrutecerse. Lo mejor de todo es que tampoco le ha convertido en un cínico ni un escapista. Resulta muy consolador encontrar a alguien con su integridad y los sentimientos intactos tras haber pasado por donde él ha pasado.

Dos libros autobiógraficos dan testimonio de lo ocurrido (Shaped by War y Unreasonable Behaviour). No crean otra cosa: McCullin escribe inusitadamente bien para haberse dedicado toda la vida a la fotografía. No es un pedante al uso ni alguien que guste de florituras; su lenguaje es directo, de una sinceridad acerada rozando lo inconveniente pero sin caer jamás de ese lado. Es alguien contando a los demás las cosas que ha visto y por las que ha pasado sin sentir pena de sí mismo, sin considerarse jamás una víctima y sin perdonarle la vida a nadie. Iba a decir ahora mismo que ‘al lado de su vida cualquiera de las nuestras parece insignificante‘ pero eso no sería muy adecuado tratándose de McCullin, un hombre para el que todas las vidas son milagrosas y portadoras del mismo valor, sean cualesquiera las circunstancias en que se producen.

No suelo quedarme mudo ante los fotógrafos de guerra por más que entiendo lo valioso de su labor. Es relativamente fácil -supuestos los reaños para estar allí- conseguir fotografías que detengan nuestros pasos ante lo que se nos narra. A pesar de ello mantengo un gran respeto por la fotografía de guerra de McCullin y un par de fotógrafos más. La crueldad, el dolor, son siempre espectáculos que nos paralizan y suspenden el juicio. Dejémoslo ahí por el momento.


Aprecio mucho una obra de las consideradas menores de McCullin, un libro de paisajes y unos cuantos bodegones encontrados, cuyo título es Open Skies. Es un libro de una sinceridad desgarradora, el manifiesto mudo de un alma que se recupera de las muchas heridas que la vida le ha procurado. McCullin sólo sabe estar al lado de los dolientes, sin atender a banderías ni pensamientos previos. No está del lado de nadie, sólo de las víctimas. En Open Skies está a solas consigo mismo, bajo un cielo protector aunque también preñado de amenazas. No hay paisajes espectaculares, es el paisaje familiar de los campos del Somerset recorrido en paseos curativos, necesarios para quien siempre está con los demás y ahora camina solo. Sin falsa poesía, sin adornos, como es McCullin. Nada de impostar la voz, nada de dejarse llevar, sólo la presencia del cielo, la tierra a menudo embarrada y el ojo que hay detrás de la cámara. Algunas flores cortadas del pequeño jardín sobre un búcaro cualquiera u otro traído de países lejanos. No es el tema sino la luz, parece querer decirnos McCullin. Como todos los grandes artistas, la luz y sólo la luz. Lo demás es accidente.

La cámara que le salvó la vida.
Mientras enfocaba con ella recibió un disparo en la cara que la cámara detuvo.
Cuando las cámaras eran sólidas