Obsolescencia programada

Lo digital ha triunfado definitivamente en la fotografía de consumo -la más extendida-, en fotoperiodismo, y se abre paso, imparable, entre los fotógrafos de 35mm. Sin embargo, ha fracasado rotundamente entre quienes utilizan medios y grandes formatos.

Los primeros respaldos para las cámaras grandes y medias apenas ofrecían resolución y su pequeñísimo formato hacía que el fotógrafo se diera a todos los diablos al tener que estar buscando equivalencias continuas del factor de cropping de sus lentes. Algunos fabricantes prestigiosos de cámaras de gran formato (Sinar, Linhof) han cortado por la calle del medio y han puesto en el mercado cámaras con todas las prestaciones del gran formato (tilting, swinging, etc) pero en tamaño reducido, aunque no tanto como para que no haya de tenerse en cuenta el factor de cropping.

En realidad se está trabajando sobre ese formato que nunca gustó a demasiada gente como es el 4,5×6 cm. Los más avanzados respaldos prometen sensores de ese tamaño… al precio de un buen coche. En la crisis provocada por lo digital, en el desconcierto entre los pros cabría decir, algunos gigantes han besado el suelo. De este modo le ha sido posible a poco más que un taller artesanal de montaje de sensores en un chasis como Phase One hacerse con el control de otros montadores como Leaf o la venerable y siempre bien ponderada Mamiya Co. Porque de eso se trata, de montadores de sensores Kodak o Dalsa en una carcasa organizada para comunicarse con la cámara.

Phase One, consciente del atasco en el que están, sacando cada seis meses sensores con más resolución (aunque luego veremos eso) y dejando obsoletos los anteriores a pesar de su elevado coste, se ha visto obligada a sacar un plan renove para estimular las compras: garantizan al comprador la renovación de su sensor abonando el 90 por ciento del valor de compra del mismo, siempre que la nueva adquisición se produzca en los meses siguientes al lanzamiento del nuevo modelo. Una especie de renting encubierto, de valor creciente, que muy pocos podrán amortizar. En otras palabras: demasiado caro para el caprichoso y poco viable para el profesional.

Éste último se ha visto abocado a una crisis que no parece tener solución: las empresas que antes le encargaban trabajo para su publicidad, especialmente catálogos, lo resuelven ahora contratando a algún fotógrafo joven con una DSLR. No es lo mismo pero a ellos les vale. El trabajo disminuye su precio y los medios aumentan su valor, mal asunto.

Hay dos mentiras que se están contando por los fabricantes y que me gustaría explicar. La primera se refiere a la cantidad de pixels de los sensores. Parecería que, a mayor número de pixels, mayor capacidad de resolución lo que es cierto sólo en parte. Hacer un mejor sensor no consiste, como la gente piensa, en aumentar el número de pixels manteniendo el tamaño. Con eso se introducirá necesariamente mayor ruido en las sombras.

Mejorar un sensor es dotarlo de mayor tamaño manteniendo el tamaño de pixel óptimo para esa superficie. Por el momento, parece lejano el día en que dispondremos de verdaderos sensores full frame para 6×6, 6×7 o 6×9 cm. No quiero pensar en 9×12, 13×18 o 20×25 cm, que parecen tan remotos como un apartamento en Marte.

La segunda mentira es que han comenzado a comercializarse unas lentes fabricadas ex-profeso para la fotografía digital pues, según los fabricantes, utilizan de una manera más adecuada la incidencia de la luz sobre la superficie del sensor. Las llaman apo-digital y cosas parecidas. Dos falsedades en una: ni son nuevas (se trata del diseño componon, apo-ronar o cualquier otra lente de ampliadora o de las utilizadas en repro, que llevan más de medio siglo en el mercado) ni utilizan más eficazmente el haz de luz. Imaginemos una lente para medio formato y otra para formato grande. Están concebidas para cubrir sobradamente el formato de la película y aún para que sobre. En otras palabras: cuando utilizamos una lente fotográfica de formatos mayores sobre una superficie más pequeña estamos usando sólo la parte central del círculo de luz que penetra en la cámara a través de ella, esto es, el cogollo, allí donde no hay aberraciones ni desviaciones cromáticas. Cualquier lente decente, con menos exigencias aún que en el caso de la película analógica, servirá para el caso.

Es digno de ver cómo los fabricantes de lentes resucitan sus viejos diseños, los montan en carcasas nuevas y muy aparentes, los rotulan con algo que ponga digital y las venden a precios lo suficientemente caros como para que nadie se mosquee. Digo bien, varios miles de euros para que la cosa sea creíble. Todo ello basado en el desconocimiento, en unas nociones mínimas de lo que ha sido el diseño de lentes para fotografía hasta el presente.

¿Qué hace que un sensor de medio formato (sic) sea tan caro? Fundamentalmente la escasa demanda, un círculo vicioso del que no es posible salir. Se han cargado el oficio de fotógrafo y pretenden que los fotógrafos sobrevivan gastando miles y miles de euros cada año en productos que quedan obsoletos y pierden la mitad de su valor al salir de la tienda con ellos. Es una locura sin solución de la que, por el momento, conviene abstenerse.