Una historia que acaba mal

Como tantas otras, la historia de la Mafia en Cuba terminó mal. Durante la reunión de todos los hampones en La Habana en 1946, Lansky consiguió convencer a los capo di mafia del sueño que había tenido: un emporio del juego y las apuestas al abrigo de las cada vez más estrictas leyes norteamericanas. Tras aquella reunión la Familia decidió apostar por las ideas de Lansky, un tipo tranquilo, buen gestor del dinero y poco dado a meterse en líos criminales como no fueran imprescindibles.

Tras los vaivenes de Batista en la milicia, aquel hijo de guajiro pobretón, sus entradas y salidas y su conquista final del poder político con mano de hierro, los tres hombres de la Familia en Cuba (Lansky, Trafficante y Stassi) decidieron que era su hombre. El mulato Batista, el hombre guapo de los trajes blancos recibía cada mes -a cuenta de ganancias- dos millones de dólares de la época, eso sólo de Lansky.

La Mafia no sólo pagaba a Batista sino que dominaba todos los estamentos de la isla, desde la Policía a los jueces. Durante años construyó un negocio que producía dinero a espuertas. Incluso la célebre compañía norteamericana de aviación PanAm participó en el negocio estableciendo líneas con La Habana para llevar turistas norteamericanos deseosos de jugarse los dólares y tener aventuras tropicales. Por aquellas líneas se llevaba un porcentaje de los beneficios de los mafiosos.

Para Lansky, cerebro de la operación, el planteamiento era sencillo: construir grandes y lujosos hoteles que albergaran a los turistas, en cuyos bajos se instalaban los casinos y los cabarets que hicieron famosa a la ciudad. Lo fundamental era el juego, el alma del negocio. Alojamiento, sexo y todo lo demás eran secundarios pero imprescindibles para completar el cuadro feliz.

Las cosas transcurrieron tranquilas durante bastantes años. Sólo hubo un incidente y era un asunto interno: Anastasia, el Sombrerero Loco, un asesino despiadado al viejo estilo siciliano viajó a la isla para meter bulla, supervisar sus inversiones y amenazar a Lansky y Trafficante. Aún no se conoce con certeza quién lo organizó pero a su vuelta a Estados Unidos Anastasia fue asesinado mientras se afeitaba en una barbería, una escena que ha sido repetida muchas veces en el cine. Es probable que los jefes de las familias echaran cuentas y prefiriesen al ordenado Lansky. No hubo venganzas y nunca se aclaró el crimen aunque todo parece apuntar hacia los mafiosos de Cuba.

El problema de verdad no venía de dentro sino desde fuera: los barbudos y su Movimiento 26 de Julio. Se ha dicho -aunque nada está probado- que la Mafia de Cuba dejó de confiar en Batista mucho tiempo antes de su vergonzosa huida, de su atroz bulimia que le hacía comer y vomitar de continuo, de su incapacidad para frenar a unos guerrilleros que contaban con el apoyo del pueblo a pesar de las salvajes torturas que policías y militares dispensaban a los colaboradores, por no hablar de las ejecuciones sumarias, y que esa falta de confianza se sustanció en ayudas a Castro en forma de armas.

Lansky estaba convencido de que los barbudos eran corruptibles, de que si tomaban el poder finalmente podría entenderse con ellos. Tanto apostó por esta idea que cuando se enteró por un emisario de Stassi, mientras cenaba con su adorada Carmen -una bellísima mulata- en el Hotel Plaza del Parque Central, de que Guevara entraba en la ciudad, todo lo que hizo fue intentar poner a salvo el dinero y permaneció en la isla.

En el barullo de la revolución los casinos -algunos- fueron atacados y en otro se soltó una piara de cerdos. Nada serio. Los revolucionarios decidieron mantener abiertos los casinos, por el momento, pero sin mafiosos. Colocaron, primero, supervisores en las contadurías y finalmente echaron a los hampones.

Lansky decidió irse finalmente, sin poder llevarse a su mulata, cuya traza se perdió durante aquellos días revueltos. Trafficante se quedó, tratando de apurar las cosas y fue detenido. La Mafia envió a un abogado de los suyos, un tal Ragano. La escena fue pintoresca en el centro de detención.

-¿De qué se le acusa?

-De hampón y traficante de drogas.

-Mi cliente jamás ha traficado con drogas.

-Lo dice su propio alias: Trafficante.

-Ese es su apellido real y si vamos a eso su nombre de pila es Santo y como tal deberían tratarle.

Finalmente intervino Raúl Castro y decidió la liberación del último mafioso que permanecía en la isla. Detrás quedaba todo lo construido por los hampones: hoteles famosos que perviven, cabarets como el Tropicana o el Parisién y una extraordinaria música que fue creada en aquellos locales y que hoy es una de las glorias de Cuba.