Mirando pasar los trenes

 

 

José es un tipo muy ingenioso, con gran habilidad manual. Hace relojes, arregla cámaras fotográficas mecánicas, cualquier cosa que tenga movimiento.

Hace unos años lo abandonó su mujer, a la que adoraba, y se refugió en un estudio de la planta sótano de una zona tranquila. Allí mata el tiempo, ya no trabaja en lo suyo y piensa en negocios que nunca hace mientras sigue afinando sus relojes de pulsera, que se quita y vende si hay algún interesado.

Anoche le escribí un correo y fui después a visitarle. Me recibió en la entrada de su antigua casa, la que compartió con su mujer. Me pareció bonita y así se lo dije:

-Eres un as, suerte que tenías esto y te ha bastado con dejársela entera. Qué manera de ahorrar dinero la tuya.

Quiere enseñarme un ingenio mecánico que ha construido: un avioncito que vuela solo, sin necesidad de cuerda o cualquier otro truco. No sé cómo lo ha hecho pero el juguete es simpático de aspecto y apetece verlo volar.

Hay que colocar unas piezas metálicas adosadas a los raíles del tren, que pasa por allí mismo, diría que por el cuarto de estar. Unas piezas grandes y muy trabajadas que no sé si ha hecho él o ha tenido que encargarlas a algún fresador.

-No reparas en medios cuando se te mete algo en la cabeza -le digo admirado por lo que han debido costar las piezas y el trabajo que supone ponerlas y quitarlas entre un tren y otro.

Su hijo, estudiante de cine, echa una mano y pronto está todo colocado. Aunque confío a ojos ciegas en José, la posible llegada de un tren por sorpresa me intranquiliza, pero qué tontería, sé que no deja nada al azar.

La instalación es para que el avioncito pueda despegar desde el agua, como uno de los grandes, pero antes de que tal suceda debemos retirar todo porque se acerca un tren no previsto. Aminora la marcha y el maquinista, como uno más de la familia, saluda. Ahora debe tomar una curva muy pronunciada y hacerlo despacio. También tiene que elevar las ruedas metálicas al tiempo que otras con neumáticos van sustituyéndolas.

-No hay problema -dice José al verme inquieto-. Lo hace cada día, un trozo de vía puede faltar y no por eso descarrilan los trenes, el asunto está basado en cálculos que tienen que ver con el desarrollo de las líneas en ciertas figuras geométricas.

Me quedo absorto en ese tren que anda por un trozo de camino antes de recuperar la vía y que, una vez en ella, carga todo su peso sobre un pretil de piedra granítica. Es mi turno ahora:

-No te extrañe, la piedra trabaja muy bien a compresión aunque no hay que dejar de admirar al oscuro ingeniero que calculó ese pretil. Míralo, intacto después de medio siglo de soportar trenes.

Regresamos y, finalmente, veo volar el aparato por el cuarto de estar; fuera se ha puesto a llover furiosamente. Me quedo pasmado de la gracia y elegancia de las figuras que va formando en el aire, de cómo despega y aterriza a su antojo, como si realmente llevase un piloto minúsculo a los mandos.

*

Esta mañana sonó el teléfono y era José para contestar al correo de anoche. Un asunto referido a un anillo adaptador para una cámara de fotos.