Más vacío que algo

 

Cabeza probable de Akhenaton

 

Es por completo ridículo ver a un rey pidiendo perdón por irse de cacería con su perica e invitado por un sirio que tiene dinero para tales asuntos. La impresión es penosa, además. Una persona de 74 años pidiendo perdón con la misma cara impostada de compunción que si te hubiera llamado algo feo y después, por modales, no le quedase otra que hacer el papelón. El problema de los Borbones es que, amén de lo demás, resultan estomagantes y cursis.

Voy a meterme en el patatal: ¿tiene el rey derecho a tener pericas? Sí en tanto que persona, no en tanto que rey y símbolo de la nación. Y me ofende que la Iglesia haga como que no ve nada, del mismo modo que arregló papeles cuando lo de la Ortiz con el príncipe. No son edificantes estas cosas aunque todos sepamos cuál ha sido la carrera de este hombre en lo amoroso. Sólo le queda enrollarse con Belén Esteban para terminar de ser un rey mediático y comme il faut.

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Diez son demasiadas razones para la tristeza en el pensamiento. Me basta con la mitad y aún menos.

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Mientras nos ahogamos nuestra mente continúa pensando. Podemos contener la respiración pero no contener el pensamiento. Dicen que algunos santones pueden hacerlo pero no lo creo pues si interiormente entonan algún mantra o sonido el pensamiento sigue activo.

Esa condena, no poder parar de pensar, que de tal manera se acelera en las psicosis, debe ser el resultado de habernos puesto de pie y haber incorporado a las puras percepciones y sentimientos la reflexión sobre ellas.

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Por suerte, en la vejez, se nos echa una mano y vienen esos momentos cada vez más frecuentes de quedarse dormido, lo que no deja de ser un entrenamiento. Todos aspiramos a la muerte durante uno de esos sueños breves.

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La realidad, sea lo que sea lo que la compone (más vacío que algo), está en nosotros y nuestra percepción de la misma es un proceso no verificable porque la realidad es inaccesible, como sucede con cualquier ilusión de los sentidos. Podemos percibir la sombra pero estamos condenados a no ver aquello que la provoca.

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A propósito del espejo: nunca es perfecto. Hay en él la impureza de la sombra, la indefinición de sus límites, así como sus distorsiones. Son nuestros actos de pensamiento los que corrigen, sólo en apariencia, tales errores de la percepción.

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La caña pensante es, pues, una entelequia: nada que no esté contaminado por las limitaciones idealizadoras, por la reconstrucción de la sombra que, hasta el más capaz e inventivo de los intelectos. es incapaz de definir, mucho menos medir.