Ver momias

 

Auto-retrato de espaldas a los 28 años.

 

Se cayó la lámpara principal de San Martín mientras unos operarios la manipulaban. Parece que está sujeta por dos cables que bajan desde la bóveda central, ninguno de los cuales tiene suficiente fuerza para sujetarla si el otro falla. Garrafal error.

Por suerte ha sido a las ocho de la mañana, no había nadie en la iglesia y no como en la catedral de Cádiz cuando cayó aquella piedra con tanta puntería que acertó de pleno en una mujer de la limpieza, única persona que se encontraba en el templo. Un cura amigo mío, me dijo relajadamente:

-La pobre ha subido derecha al cielo.

Cosas de cura bravo, como aquel otro de un pueblo cercano con el que trabé buena amistad mientras le dejábamos el atrio porticado de la iglesia en volandas. Lo suyo era la caza y llevaba instalada en el coche una emisora para saber por dónde andaba la Guardia Civil. Mataba cada noche una cierva en la finca de la marquesa de X, la aviaba y repartía la carne entre los más necesitados de la localidad. Dicen que, tras la guerra, no se pasó hambre allí gracias al cura cazador.

Un día se enteró la marquesa y se quejó al obispo. Le fue prohibido seguir practicando la caza furtiva y el entendió, por extensión, que eso incluía decir misa en la capilla de la finca. Estuvo negado dos años hasta que la marquesa cedió. Él no se movió ni un paso.

Cuando yo lo conocí era ya anciano, a punto de retirarse a morir en su pueblo, lindero con Portugal, y estaba más centrado en su otra pasión: la poesía. Era poeta de oficio, con gran dominio de la forma, aunque su poesía oscilaba de la mística a la celebratoria y era un tanto aburrida. Llegamos a apreciarnos mucho.

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Es inevitable que se siente un amigo o conocido a tu mesa y comience a hablar de la crisis. Cierras el periódico o el libro y te pones a escuchar con tu mejor amabilidad los tópicos que repiten los periodistas o lo que ha dicho tal político.

Estoy porque alguien me diga lo único cierto de todo esto: que nadie sabe nada y que damos palos de ciego. Si un día salimos será porque el palo le ha dado a la olla y los caramelos se han derramado otra vez, sin que nadie sepa cómo ha sido.

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Me distraigo estos días alternando la lectura de libros que me apetece leer con otros meramente técnicos sobre fotografía digital. Las tecnicaladas no pueden sustituir al empeño pero arman un cuerpo de enseñanza que debes abandonar -y de hecho abandonas- cuando llega el caso. De todos modos soy partidario de hacer siempre eso que nadie hace ya: dejar que las cosas duerman varios años antes de decir la última palabra. No soy el mismo que hizo aquello y pensó que valía la pena, pasado un tiempo.

Es uno de los pocos lujos que me puedo permitir toda vez que hace muchos años que renuncié  a la fama social -esto es, al nombre y el dinero- para llevar la vida que quería llevar. Hoy miro a los supervivientes de aquellos naufragios -todos- y veo que se convirtieron en mercachifles o filibusteros, poniendo el éxito social por encima de todo. La culpa no es de ellos sino de un público que paga por ver o leer momias.