Delirios

 

 

Ayer estuve con un marqués sin título visitando a Blas Piñar en su despacho de notario para un asunto relacionado con papeles. Nos atendió una mujer que debería estar ya jubilada, amable y atenta. El marqués atitulado tenía más costumbre que yo pero he de reconocer que me picaba la curiosidad por conocer a quien tanta guerra dio en los años de mi juventud.

El despacho queda junto a un edificio imposible, de corte futurista y con plafones de bronce con alegorías del trabajo. Una pátina verdosa y unas letras grandilocuentes cuyo significado se me escapa.

El anciano, muy apocado, nos atendió finalmente, dejando entrever que sería la mujer quien se ocuparía de todo y recuerdo haber pensado que seguramente también firmaría por él.

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De vuelta a casa encuentro un mercadillo de telas y vestidos femeninos, grande, pretencioso y destartalado, en una nave enorme con el suelo de tierra lleno de charcos. Veo a Ch. eligiendo algunas cosas y un vestido se cae al barro. Qué desastre -me digo- pero una dependienta aclara que están acostumbrados y que ella se ocuparía.

Lo curioso es que por allí andaba Manuel Chaves, el político, metido en algún asunto no muy claro, del que no sabría dar detalles. Algo relacionado con unos coches de gama alta.

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Presté hace meses uno de mis libros favoritos, In The American West, de Richard Avedon. Fue prestado en confianza, para ilustrar algunas conversaciones. Tras la tormenta devolví todo lo que me pidió y que en otro tiempo me había regalado. Ahora me dice que no lo devolverá, que ya me avisará del enlace cuando lo cuelgue en eBay.

Inevitablemente vuelvo a pensar en la frase de Küng relativa a la Ley del Talión: Ojo por ojo y diente por diente pero no dos ojos por uno y de paso todos los dientes. Hay algo tremendo y enfermo, malsano, en su particular interpretación de la venganza.

Vuelvo a recibir amenazas, coacciones, acusaciones sin fundamento alguno pero ya no me asusto de nada. Después de lo visto, sabido e intuido, cualquier cosa que venga de tal persona -siempre legitimada para hacer el mal- me deja frío. Hasta la siguiente.