Camino cerrado

 

 

Seguí una terapia psicoanalítica en los años 70, antes de cumplir los treinta. Fue con un terapeuta muy significado que murió hace unos años, una referencia para otros.

No me sucedía nada pero tenía interés en desvelar algunos fantasmas, algunas partes oscuras de mi personalidad, y aquella terapia hizo su trabajo. Se produjo una buena transferencia y trabajé duro en aquel tiempo. Después mi psicoanalista se fue a Italia para trabajar junto a Basaglia.

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Los amigos te quieren y siempre te dirán lo que piensan que será más grato a tus oídos. Es difícil que te quiten la razón y, si lo hacen, hay dos opciones: o estás ante alguien que te quiere de verdad o estás ante un envidioso. No resulta fácil distinguirlos inmediatamente y hay que esperar para ver los hechos, cómo transcurren.

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No es bueno, ni hay placer involucrado, en ser un artista incomprendido. El artista tiende a la comunicación y, cuando no lo hace, se debe a problemas de índole interior, ajenas por completo a su arte. Éxito y fracaso son monedas distintas y eso no depende del artista sino del momento en el que le toca vivir y de las propuestas y grupos de interés que dominen la escena en ese tiempo. Hay un gran dignidad implícita en el artista que, siendo fiel a sí mismo y ajeno a las modas, consigue establecer un vínculo comunicativo con los demás a través del único canal posible en nuestro tiempo: el comercio.

En un mundo de salvajes, de mujeres-hombre y hombres-mujer, unos buenos modales pueden parecer cosa diferente y equivocarnos en el diagnóstico. Hay una gran plebeyez espiritual implicada en tal tipo de confusiones.

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Tengo que repetirlo una vez más, para los malintencionados: a mí no me echó el mercado sino que lo dejé cuando estaba arriba, con treinta años y una prometedora carrera por delante. Otra vida me tentó más y seguí mi propio camino sabiendo que habría de pagar un precio muy alto por mi rebeldía, por bajarme del tren en marcha. Lo he pagado y no he muerto ni me ha salido ningún sarpullido raro. Soy razonablemente feliz y llevo la vida que quiero, hasta ahora, si la salud y la crisis económica no indican otra cosa para el futuro, al que no tengo miedo. Nunca se lo he tenido, de hecho.

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La vida no es un camino cerrado en el que siempre aguardan la depresión y la amargura. Las depresiones aparecen por razón de la propia vida, por sus avatares, no por ambiciones frustradas. Se trabaja por el afán de aprender, de hacerlo mejor, uno no es un fabricante de zapatos o de muebles que ha de perfeccionar un producto de acuerdo a unos estándares. Se trabaja mientras uno sabe y cuando se pierde, la obra está concluida. En la siguiente más y mejor. O no, y se repite la fórmula, que es lo que hacen los académicos de cualquier tiempo.

La honradez del arte tiene muy poco que ver con la de la vida. Caravaggio era un perfecto indeseable pero su pintura es honesta. A veces se produce el milagro pero muchas otras veces el indeseable se queda en eso. O se da el caso del tipo buena gente cuyo arte es de una profunda deshonestidad. Conozco demasiados casos.

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Hablando hoy con un amigo aficionado a la fotografía, comentando la obra de cierto artista portugués, trataba de decirle que no todo en nuestro tiempo es la urbe, que hay otros mundos igualmente representativos aunque ahora estén velados por el arte urbano que tanto puede. Mundos terminales, tal vez. Pero recuerdo aquí la frase de Koudelka cuando dice que los fotógrafos viven en una frontera vital muy extraña porque siempre están trabajando con seres y cosas a punto de desaparecer.

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Hacia la una de la tarde ha caído una tromba de agua como para ahogar a los pollos de perdiz. Ha lavado los tejados y de ello daban muestra los trozos de líquenes esparcidos por las aceras.

Yo andaba por una terraza pero vi venir a tiempo la nube negra y me refugié en el interior. El clamor de la lluvia era tan grande que las personas que me rodeaban guardaron silencio hasta que aflojó. No eran gotas sino calderadas de agua llevándoselo todo; ese agua que, si te pilla en el campo, te moja por completo aunque lleves impermeable. He visto a los perros más valientes acobardarse ante chapaceros así, soltar la caza y venir a refugiarse contigo, pegarse a ti como si en tu compañía se les pasase el miedo o tuviesen menos frío.

De vuelta en casa encuentro que el agua ha entrado por la ventana de mi dormitorio, que dejé abierta, y mojó unos cuantos libros de los que tengo entre manos reposando en los apoyadamas de la ventana medieval, unos cómodos asientos de piedra que, con el cojín obligatorio, les permitía leer, bordar o mirar quién pasaba por la calle. Hay una interesante historia, que ya está escrita, que va de la aspillera al balcón, pasando por la ventana.