Sombra y sombrilla

 

 

Aunque siempre la había visto como una persona indiferente a la moralidad, mi apreciación no era del todo acertada. Poseía, más bien, una moralidad propia, envilecida y ensuciada por sus recuerdos y por las experiencias acumuladas en tantos años.

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La mayoría de nosotros hacemos lo que nos parece correcto pero el asunto es que se trata de lo correcto para nosotros aunque no necesariamente para los demás.

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La gente ni ve ni escucha pero creen escuchar y ver. En realidad, la gente pasa por alto bastante más de lo que percibe.

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En el café, que también es restaurante, una mujer pide a gritos que le traigan ancas de rana. Lo interesante es que ella misma tiene cara de batracio: ojos saltones, disparados, y una boca que rebasa ampliamente el largo tolerable.

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Es una pregunta que me intriga: ¿Podría ser un adivinador sin público? ¿Mantendría sus habilidades?

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Un extraño sueño en el que rememoro los años del paso a la adolescencia. Voy de caza con mi padre -él aparece joven y lleno de vigor, como entonces- y discutimos a cuenta de si ciertas extrañas aves son becadas. Aparece, como siempre, la imposibilidad de convencerle de algo de lo que no esté convencido previamente.

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Durante mi obligado y placentero paseo hasta la casa del cura, por esa avenida que antes fue camino y hoy está bordeada de chalets hechos con el estilo de los últimos años, me voy fijando en los árboles que han ido salvándose del odio elefantino, tan habitual, y peculiar, del sur de España. La mayoría están severamente mutilados para que no estorben a los vecinos, es decir, para que no tiren las hojas dentro de sus propiedades. Pero aún dentro de la fealdad la luz puede hacer que se produzca un momento de belleza: el esplendor de los colores del otoño reunido en un volumen de hojas muertas trae resonancias de otoños más bellos, de los oros de la enramada del Júcar en contraste con el verde malaquita de sus aguas, en la quietud gloriosa de la tarde.

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Y de pronto, en esa calma feliz, el ala de un cuervo.

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Dicho por una mujer judía: Nunca comprendí la tradición hebrea de identificarse con los antepasados: «cuando nos expulsaron de Egipto…» Oiga, a mí nunca me han expulsado de Egipto. No puedo asumir esa carga, ni para bien ni para mal. No creo en ese nosotros. Los colectivos no son más que excusas. Sólo las acciones individuales tienen un sentido moral.