La información ya no vale casi nada, no en estos tiempos de internet en los que tenemos una gigantesca enciclopedia al alcance de los dedos. Y sin embargo la gente hacía carrera gracias a ella. Una buena memoria, un archivo notable y a escribir y dar conferencias. Se podía vivir sin tener una sola opinión personal, una sola idea. Los he conocido y seguro que el lector también.

Todo eso se ha caído, como digo, y los datófagos han pasado a mejor vida. Ahora no valen más que para escribir listados de datos en orden. ¿Qué historiador del arte, qué crítico de lo mismo, puede sostener su actividad con los solos datos y alguna reflexión prestada, a modo de colofón?

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Dice un filósofo, amigo de internet, que no hace falta saber de tapices para disfrutar el cuadro de Las Hilanderas. Tiene razón pero, sabiendo de tapices, se ha podido concluir que aquello que parece una escena de género es, en realidad, la fábula de Aracne. Allí están todos los personajes del mito, incluso Palas Atenea en un papel muy secundario.

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De la primera eucariota a Cervantes ha debido ocurrir algo en el trayecto. Si estás dispuesto a echarle la culpa a la mera evolución, no hay nada de qué hablar.

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Sorprende la habilidad de algunos fabuladores para reescribir su propia vida a medida de la ocasión y conveniencia. Cierto que una vida se puede escribir de muchas maneras pero hay una cosa que se llama decencia. Cuando los leemos ni los reconoces ni te reconoces aunque tú también estabas allí.

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La gente banal, que no es la gente sencilla sino la gente con pretensiones, suele creer que los grandes hombres son quienes mejor representan el estilo y sentimientos de una época. Por el contrario: los grandes hombres lo son porque se oponen a su tiempo.

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Las formas artísticas, los estilos, los tiempos del arte, mueren siempre por los excesos del estilismo, así que cuando vemos que un arte ya sólo se interesa por el estilo podemos afirmar sin temor a equivocarnos que ese arte está muerto o a punto de estarlo. Es irrelevante si continúa gozando del favor de los mercados y críticos pues en un tiempo, aunque le prolonguen artificialmente la vida, será carroña.

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Picasso, como Miró, no pertenece a la estirpe de los Caravaggio, Rembrandt y Velázquez, sino a la de Rafael y seguidores. Está mucho más cerca de los experimentos del autor de la madonna con el cuello largo que de Las Meninas.

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Si toda obra pictórica es, al mismo tiempo, una representación y un formalismo habrá que convenir que Mondrian es el colmo del aburrimiento visual.

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El tiempo del arte, mal que le pese a Lukacs y toda la tropa de materialistas, no es nuestro tiempo y apenas explica nada de él. Se trata del tiempo que cabalga sobre las espaldas del tiempo.

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Cuando alguien por quien sentimos verdadera antipatía nos tacha de lo que sea (loco, por ejemplo) podemos llegar a actuar como si realmente lo fuéramos. Hay varias razones para ello pero tal vez la principal es hacer que el insultador sienta vergüenza de haberse tratado con gente como nosotros. Puede parecer una venganza inocente pero no lo es pues el inconsciente del sujeto, nuestro mejor aliado, toma buena nota de ello y lo usará en su contra, antes o después.