Flaminia

 

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Ortega cree que Velázquez es lacio y melancólico porque, seguramente, interpretó mal una palabra escrita por Felipe IV a propósito del pintor. Cuando vuelve a Italia como maestro y es rápidamente aceptado entre los Virtuosos, hace oídos sordos a la impaciencia del rey para que regrese lo antes posible. Insiste Felipe una y otra vez, escribe cartas al embajador español para que le obligue a volver pero el pintor sigue haciéndose el sordo. En una de esas cartas, el rey dice: «…conocéis su flema«. Y ahí es donde se trompica Ortega pues Velázquez puede tomarse las cosas con calma pero eso no significa que carezca de energía o sea un ciclotímico. No voy a insistir en cosas que dije en la entrada anterior acerca del carácter y energía que se necesita para poner en pie y firmar un cuadro como Las Lanzas cuando no se tiene taller organizado.

La razón para desafiar la voluntad del rey la sabemos ahora por un documento hallado en Roma: a Velázquez le nació un hijo al que puso por nombre Antonio. Llegar a la que era capital del arte en aquel tiempo, triunfar como pintor, enamorarse probablemente de alguna mujer cuyo nombre no conocemos de momento y tener un hijo, parecen razones suficientes para que se haga el remolón. En España le esperan la funeral corte de los Austria, las intrigas del mediocre Carducho y el grupo italiano, su cargo de aposentador real -un trabajo de criado distinguido-, Juana Pacheco y las obligaciones de padre de familia responsable y sensato. Permanece en la ciudad del Tevere casi dos años y medio y pinta el que tal vez sea el mejor retrato de toda la historia.

Al hijo lo reconoce y le da sus apellidos. Parece que fue de frágil salud y, aunque el pintor enviaba dinero para que fuera bien atendido y criado, murió con ocho años. Para entonces, Velázquez ya hacía tiempo que había retomado sus rutinas y aún pintaría unas cuantas obras maestras antes de que la muerte se lo llevase a los sesenta y un años, a la vuelta de un viaje a Fuenterrabía con el rey para servirle durante la firma del Tratado de la Isla de los Faisanes.

Lo de Flaminia es una licencia poética por la fantasía de creer que la amante del genio en Roma fue la pintora Flaminia Triunfi (o tal vez Triva), por pensar que la conoció en la Villa Médicis durante una convalecencia -si fue cierta la enfermedad y no uno de los pretextos que dio para dilatar la estancia- y, aquí llega la apoteosis, porque fuera Flaminia quien posó para la Venus del Espejo, un cuadro que representa una excepción en la obra velazqueña.

Si fue la pintora Triunfi -cuya obra desconozco por completo aunque he leído que fue aceptada en el gremio romano, así que no debía ser mala- o fue una dama de la alta sociedad como especula alguno, tanto da. Velázquez nos vuelve a enseñar el aleteo de su alma y su carne mortal. El último cuadro suyo que se conserva representa a un hombre que duerme confiado y al ladrón que se dispone a robarle. Omnia humana nisi somnium esse.