La familia de Felipe IV

 

530px-retrato_del_papa_inocencio_x-_roma_copy_2_after_diego_velc3a1zquez

 

Aquellos que piensan que la moral es siempre temporal y provisional deberían tener en cuenta que sólo es cierto en parte. Para Himmler y secuaces era moral borrar del mundo a los judíos, una atrocidad desde cualquier punto de vista que tenga en cuenta el hecho de que ciertos pactos entre los humanos son inmutables, como el «No matarás». Se puede discutir si, además de entre humanos, es un pacto con Dios. Los creyentes así lo consideramos.

*

X. posee una rara habilidad: siembra el campo de minas y después vende los planos para poder cruzarlo.

*

Me lo cuenta mi hija, que lo escuchó en un país que perteneció al bloque soviético: Todo lo que nos contaron sobre el comunismo era falso pero lo peor es que todo lo que nos contaron del capitalismo era verdad.

*

Los muertos acostumbran a despedirse de los vivos durante el sueño. Así lo creían los antiguos griegos y así lo he experimentado unas cuantas veces, sean los sueños lo que sean. Noches atrás me visitó un antiguo amigo. Se presentó muy apenado y con ganas de hablar pero yo no las tenía y hubo de marcharse como vino.

*

La exposición sobre Felipe IV y su familia, en El Prado, compensa generosamente la visita. La mayor parte son retratos de Velázquez, con un apéndice de obras de sus dos discípulos: Martínez del Mazo y Carreño.

El grueso de las obras da cuenta de la costumbre de los Austria de enviar a sus familiares del país de origen retratos de infantes e infantas para que viesen su físico o porque, en algún caso, estaban prometidos con parientes, como en el caso de la infanta Margarita tantas veces retratada por el genio a lo largo de los años.

El caso es que han traído los Velázquez austríacos y quienes amen la obra del pintor de pintores saben que hay grandes exquisiteces pictóricas en el conjunto, cuadros que no se ven habitualmente en nuestro primer museo.

Además hay cuatro retratos hechos en el segundo viaje de Velázquez a Italia, el viaje del reconocimiento como gran pintor. Una versión extraordinaria, y más breve, del retrato del Papa Inocencio, asombrosa, extraordinaria y más allá de las palabras. El troppo vero que la tradición atribuye al retratado cuando se vio sobre el lienzo adquiere carne. No es posible mayor perfección pictórica sin detalles innecesarios, que aburren, enfadan y despistan de la intención del autor.

Enfrente han colgado a tres personajes del Vaticano, un par de cardenales y el barbero o cocinero del Papa -no se ponen de acuerdo los investigadores-, un tal Michelangelo. Los tres retratos son para descubrirse. Es tan neutral el ojo de Velázquez que pasa por alto cómo sea el modelo, guapo, feo, con interés o sin él. Lo retrata vivo, lo hace vivir en el lienzo y eso es todo. No necesita amar a sus retratados para cumplir fielmente su trabajo. Ni una pincelada de más pero tampoco de menos. Sólo creyendo en un don sobrehumano se puede mirar la pintura velazqueña sin derretirse. Todo en su sitio, perfecto y sin esfuerzo. Parece que la obra hubiera sido hecha del tirón, tal es la frescura y falta de drama que muestra en el oficio. Sin embargo, mirando más atentamente, se puede ver que hay secuencias temporales en la ejecución, cosas que necesitan estar secas para aplicar otras encima, también como al desgaire y con la misma espontaneidad aparente. Tal vez haya que pensar en lo que contaba el pintor Z. de los calígrafos chinos del período clásico: a veces un trazo en apariencia rápido se ha ejecutado con gran lentitud y al revés.

La exposición termina con algunos retratos de Carreño y Del Mazo. Tras la luz aparece la oscuridad, lo funeral y tétrico. Draculiano incluso en ese tremendo retrato de Carreño de Carlos II el Hechizado, donde la negrura y unas águilas que debieron ser triunfadoras pero que ahora semejan algo diabólico, completan la cara del desdichado idiota convertido en rey.

Muertos Felipe IV y Velázquez tal vez la reina viuda Mariana no pudiera distinguir lo que significaba pasar de ser retratada por el genio a serlo por cualquiera de estos dos cuya altura pictórica es otra. Del Mazo, que fue yerno del gran sevillano, imita el estilo del maestro y suegro pero, como le falla lo esencial -que es el dibujo, que es proporción y estructura-, queda en evidencia: las luces no están en su sitio, las anatomías bailan a su antojo y algún cráneo resulta imposible. Tal vez mientras Velázquez vivió los mantuvo a raya, obligándoles a practicar aquello en lo que más fallos tenían. Muerto el maestro dan la impresión de andar desnortados.

Quizá los historiadores de la pintura del Siglo de Oro deberían revisar unas cuantas atribuciones, especialmente a Del Mazo. Un pintor bueno puede hacer un cuadro inane pero nunca torpe. Que haya, en la obra del mismo pintor, cuadros de una torpeza tan grande y otros de tanta maestría da que pensar.