Amar al prójimo

 

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Amar al prójimo es relativamente fácil hasta que comienza a hacerte putadas. A partir de ahí la cosa se complica.

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Dice mi hijo desde Cambridge, Massachusetts: «Es la primera vez que me pagan por pensar y no por trabajar para que otros hagan currículum.»

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Se equivocan reponiendo la educación artística en la formación. En el mejor de los casos no se necesita en absoluto. En el peor los hoy profesores y antaño malos alumnos deformarán hasta anular por completo lo que podría llegar a ser una sensibilidad para el arte. Si lo que pretenden es repetir aquel desastre de la «plástica» sería más útil que los niños hicieran gimnasia. Democratizar el arte es pervertirlo, convertirlo en algo que no es arte. Ponerlo al alcance de todos es hacer que el arte desaparezca.

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Lo anterior puede parecer una salida de tono. Piensa un momento en ello con seriedad.

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En estos pocos días de sol se ha colado la primavera como suele hacerlo, de puntillas. Las mimosas revientan de alegría con su amarillo claro y ácido. Corren arroyos que no recuerdo cuándo lo hicieron por última vez. Las cigüeñas, tan responsables siempre, pasean las orillas tomando aperitivos. Algo más de luz y los campos dejarán en ridículo el atuendo de Salomón.

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Veo que han hecho una aplicación para tabletas electrónicas con obras de Antonio López. En lo fundamental es la exposición del Thyssen pero en las pantallas 4K las obras se ven mejor que en papel. Un recorrido por su trabajo, su taller y su vida. Parece ayer cuando era Antoñito –es menudo y pequeño aunque su mirada es de gigante– y daba clase en San Fernando para ganarse la vida. Aquella revista Nueva Forma dedicada a él, finales de los 60, y cuatro estudiantes sobándola hasta deshojarla. Los textos que acompañaban de Joyce y Proust, elegidos con gusto por Santiago Amón. Pero sobre todo la certeza de que marcaba un camino, que otros siguieron. No fue el mío, demasiado impaciente para amar el detalle.

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Si tuviera que señalar el mayor valor artístico de la civilización romana diría que el retrato. Si sólo nos hubieran quedado esas obras estoy seguro de que podríamos apreciar a Roma en toda su grandeza. En un sentido meramente poético me emocionan sus piezas de cristal, tan preciosas. Pero he de decir que no estoy seguro de que me emocionen tanto esos cristales como el hecho de que el tiempo los haya protegido y traído hasta nosotros.

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Cuando una forma de pensar se adueña del mundo podría parecer que todo lo demás ha muerto y que tal fallecimiento es definitivo. Así sucedió con el comunismo, por indicar algo que tenemos cerca en el tiempo. Sin embargo, dentro del pensamiento absolutista, permanecían guardados los elementos que terminaron destrozándolo.

Si consideramos el arte de este tiempo en iguales términos las conclusiones pueden ser descorazonadoras: parece que el oficio de pintar o esculpir ha pasado a mejor vida. Pero es una conclusión equivocada pues en el mundo hay gente muy valiosa que está haciendo bien su trabajo, más allá de que se les conozca o no. En otras palabras: si toda esta porquería hiciera crisis y desapareciera, el arte de la tradición occidental –con grandes artistas y otros muy capaces– tomaría el relevo sin pestañear. Están ahí, lejos de la Usura, haciendo sus obras y transmitiendo conocimientos. Es un sentimiento muy gratificador.