Jabois

 

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Cuando Jabois apareció por el blog que sucedió al de otro periodista lo hizo sin ruido y esa es una característica de los bailarines clásicos pero también de los tigres. Lo más que supe es que escribía en un diario gallego y que otro amigo, matemático enseñante en la universidad de París, decía que era caballo ganador y que al tiempo.

Cuando aquel blog también cerró, hartos los promotores de unos cuantos que por allí nos peleábamos, Jabois montó el suyo y le seguí. Continuaban las peleas y Jabois nos dio una lección de puro deporte: permitía los combates y sólo tocaba la campana y mandaba a parar cuando asomaba por algún lado el frío turbio del acero.

Se ganó mi respeto y simpatía y comenzamos a mandarnos breves epístolas corteses, apretones de mano virtuales y palmadas de amistad. No llegamos a mandarnos flores o bombones porque ninguno de los dos ejerce.

Eso fue el comienzo y al tiempo se iba descolgando con espléndidos artículos que no publicitaba en el blog, había que enterarse. Y cada vez a más, con esa rara cualidad que sólo poseen los grandes, que es opuesta al arte de la pastelería: cuanto más devoras menos te estragas.

El irse a Madrid y seguir haciendo su vida sin hacer de fantasma encarnado ni héroe de oscuras provincias. Manteniendo fuera las tentaciones, muchas hay que suponerle, del neo-neo. La insolencia lejos, la soberbia todavía más. Qué madera y qué bueno para quienes hemos tenido la suerte.

Iba a decir un par de cosas sobre él y si me descuido se lleva la entrada entera. Salve, amigo.

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La derrota del comunismo siempre la ha materializado la clase media. Por ello los tiranos de la hoz y el martillo, disfrazados o no, es la primera cosa a la que prestan atención: destruir la clase media. Allí donde lo consiguieron no ha habido forma de echarlos por las buenas. La clase media. Con sus religiones, buenas costumbres, amor al trabajo, respeto a la palabra dada, a lo público y lo ajeno. Pero también su descreimiento de paraísos en la tierra, en los profetas del orden nuevo y en los profesionales del embarque. Defender a la clase media es amar el orden, la limpieza y el civismo.

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Fue estupendo cómo los juanistas, encabezados por el intrigante Sáinz Rodríguez, entraron en el juego –terminada la guerra– para que los seguidores de Stalin pudieran ser llamados «demócratas». Hasta el punto de que los conocidos como maquis, todos ellos bajo las órdenes de Carrillo y éste bajo las de Stalin, aparecían como «demócratas luchadores por las libertades» en la prensa extranjera que interesaba. Una triste historia, celebrada desde hace años en novelas y películas, que sólo sirvió para mayor derramamiento de sangre.

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Otra de las falsedades que siempre han estado sobre la mesa –no hay que olvidar que la historia «ortodoxa» de los sangrientos hechos la hizo el comunista Tuñón de Lara y la continuaron filocomunistas como Preston– es la deuda de España al terminar la guerra con Italia y Alemania cuando la verdad es que el mayor acreedor era Francia.

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Sólo se destruye de verdad lo que se reemplaza. No hay ningún otro procedimiento que sea tan eficaz.

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Se distingue a un paisajista de lejos, por la vista y el olfato. Hay mucha gente que pinta paisajes pero pocos cuadros en los que las pinceladas palpiten con el pulso de la tierra y el aire traiga el perfume del campo vivo.

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Ayer pasé por una obra que pretende restaurar un importante monumento. Dale herramientas a un herrero y hará herraduras y con las mismas un zapatero hará zapatos. Quiero decir que la tal restauración, en manos de gente con mentalidad albañilesca, ha convertido el monumento en un chalet adosado. Lástima porque la ruina siempre es más digna y, habiendo tantas necesidades en la gente, es penoso que la Administración gaste dinero en destruir la Historia.