Junto a tranquilas aguas

 

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Ha muerto J. y el sábado damos reposo a sus cenizas junto a la sepultura de los padres, en el cementerio sobre un desolado ribazo que mira hacia el pueblo, en tierras de pan llevar.

Un par de años mal, sin enfermedad concreta salvo una suerte de vejez prematura derivada de sus dolencias crónicas. Pasé una tarde con él en la casa del campo el día anterior a su vuelta a Madrid y de que le acometiera el ahogo final. Tuvo una muerte plácida.

Ha sido un hombre recto, sin dobleces. Esencialmente bueno y entregado, los últimos años –al comprender que no viviría mucho– sólo pensaba en el bienestar de su familia cuando él no estuviera. Revestía de estoicismo y dureza para sí lo que era mirar por los demás porque, conociéndole, era un bromista que hacía burla de la muerte que a todos nos mete pavor. No estaba allí para verlo pero tengo la certeza de que entró al hospital en el que ha muerto con el paso más firme que pudo.

En esa última visita lo encontré a oscuras. Se había ido la tarde y llegado la noche. Estaba tapado con una manta porque apenas podía comer y tenía frío. Intenté distraerle y creo que lo conseguí durante un rato, hablándole de las cosas que le gustaban. Pareció animarse pero, más tarde, bajó la cabeza y se fue a algún lugar del que tardó un rato en volver.

Le gustaban mucho los toros y entendía de verdad pero nunca le oí presumir o discutir del tema. En la habitación en la que estábamos había fotos suyas con Paco Camino, con Julio Robles –pobrecillo– y en traje campero tentando una vaca en la plaza de la finca de sus tíos maternos.

Y la geografía. Tiene que haber profesionales de esta rama del conocimiento que sepan lo que él sabía. Sería exagerado decir que conocía España valle a valle, arroyo a arroyo y camino por camino aunque le andaba cerca. Viajamos juntos muy pocas veces pero, cuando lo hicimos, no necesitaba mapas: sus deducciones a ojo de buen cubero eran certeras. Tal camino debía salir por fuerza a determinado paraje y así era.

Hizo la carrera de ingeniero agrónomo y estuvo una parte de su vida dedicado al campo, por seguir las indicaciones paternas pues él quería ser escritor. Lo poco que le leí era como él: directo y sin artificios. Hacía pensar en ciertos escritores castellanos que eligen bien las palabras y no necesitan diccionario. Nos hemos perdido unos excelentes libros de viajes por España y Portugal, estoy seguro, y es una pena.

En la juventud no nos entendimos. Nuestros caracteres y dedicaciones lo hicieron imposible. Tampoco discutimos porque no soy polemista salvo cuando escribo. Con la edad terminamos entendiéndonos bien y tomándonos afecto. Tengo la certeza de que fue mutuo. A mí me gustaba darle pie para que hablase de geografía y creo que mis absurdos talentos le agradaban de alguna manera.

Cuando estaba por aquí solíamos vernos los sábados por la tarde, echábamos un rato en los cafés de la plaza, fuera o dentro según la estación. Ese par de horas que pasábamos juntos cada semana bastaban para mantener viva la llama del aprecio.

Va a dejar un vacío grande, ya se nota. Esta mañana una persona me hacía recordar el epitafio del emperador:

Animula vagula, blandula hospes comesque corporis, quae nunc abibis in loca pallidula, rigida, nudula, nec, ut soles, dabis locos.*

Aunque J., caballero cristiano, preferiría las palabras del Salmo 23:

El Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes pastos me hace descansar.
Junto a tranquilas aguas me conduce;
me infunde nuevas fuerzas.
Me guía por sendas de justicia
por amor a su nombre.
Aunque camine por valles tenebrosos,
no temeré porque a mi lado vas…

*Alma vagabunda y amorosa, 
huésped y compañera del cuerpo, 
¿Dónde habitarás? 
En lugares fríos, severos, desnudos, 
nunca volverás a animarme como antes.