Covarrubias, Daroca y un ciego

Los dos únicos órganos realmente españoles que nos quedan son el de Covarrubias y el de Daroca. Todos los demás perecieron en manos de organeros alemanes que los transformaron en órganos similares a los de su país.

Con ser tan importante el «secreto» o corazón del órgano, el sonido depende de los tubos y, mayormente, de la aleación metálica de que están hechos. Por ahí entró el pecado: los organeros alemanes sustituyeron todos los tubos cargándose para siempre el peculiar sonido de los tubos españoles.
Hace años se quiso hacer un repristino a título experimental y se pidió la ayuda de una institución científica. Suponían que, analizando las tuberías, saldría a la luz la aleación metálica exacta y se recuperaría el sonido. No funcionó y las causas hay que buscarlas en lo que dice un amigo mío, químico, a propósito de la pintura: lo importante son las hechuras. Quiero decir que en los viejos tratados de organería dan mucha importancia a la fase en que se encuentre la luna, el calor que se da a las tuberías, las veces que se enfríen y el tipo de agua en que se esto se lleve a cabo.
Los dos únicos órganos españoles que se conservan tienen problemas pero aún mantienen su especialísima sonoridad. Y hay que señalar la deuda contraída con el francés Chapelet, verdadero descubridor de las virtudes de la organería española y consumado intérprete.
El secreto está en las hechuras, sí, no en la composición química del elemento. Eso me recuerda cuando se pusieron tontos con analizar los Stradivarius hasta el último detalle interno mediante escáneres 3D. Acotaron las medidas, internas y externas, a la milésima; detallaron de tal modo las maderas que se pudieron copiar con total exactitud. Salieron violines correctos pero no Stradivarius. Llegados a ese punto se volvieron hacia el barniz pero este componente dichoso es tan elusivo como un corzo en la enramada. Cualquiera sabe.
¿Poseyó el violero de Cremona el secreto de la dilución fría del ámbar, un secreto que se atribuye a los hermanos Van Eyck, artistas pintores? No tenemos respuestas para este tipo de preguntas y nuestros instrumentos de análisis no llegan a precisar tanto. Una resina, una vez cristalizada de nuevo en forma de barniz al evaporarse el diluyente, es sólo resina. Nada nos permite saber más allá ni del modo en que fue aplicada. Son cuestiones técnicas que tal vez un día se resuelvan, con instrumentos más complejos de los que ahora disponemos pero que, al menos a mí, me producen una cierta satisfacción al dejar puertas abiertas a procesos racionales que -por no entenderlos en su cabal plenitud- llamamos irracionales.
Me olvidaba del ciego. Me refiero al famoso Ciego de Daroca, organista tan afamado que los propios reyes iban puntualmente a escuchar sus composiciones. Quedó ciego en la niñez pero eso no le impidió ser un virtuoso del instrumento. Se llamó Pablo Bruna.