Esperando a Hopper

 

 

Me agota esperar y, como Destino lo sabe, me castiga con ello. Esperando una llamada del médico para una intervención que será breve pero que tendrá un post-operatorio que no sé calibrar -y cuanto más me dicen más me atemorizan-, esperar unos viajes que, al tiempo, dependen de esa cirugía. Esperar que me cuenten la siguiente fechoría del enloquecido y sus truhanes.

*

Escribir historias que tratan de nada y cuyo argumento no se puede recordar. Algo como: se juntan unos personajes y comienzan a dar opiniones sobre lo que pasa, interpretado desde el punto de vista de quien lee periódicos y ve televisión. Al no haber nada todo gira sobre el ritmo narrativo pues el lenguaje tampoco se pone en primer plano.

*

La gente, al final, se queda en pelotas o nos quedamos en pelotas. Lo digo por lo de la exposición Hopper y su comisario. El artista norteamericano, más literatura que pintura, más importante por lo que se dice sobre él que por la valía de sus cuadros, encarna a la perfección al artista moderno figurativo: tradición la justita y pintura al servicio de un discurso ajeno a  la misma. A los espíritus banales les gustan esas cosas, y en España Romero de Torres o Zuloaga, el primero un hule y el segundo con la sensibilidad donde las avispas. No hay pintura pero gusta a los literatos porque los cuadros permiten descripciones fáciles, suplantaciones habría que decir.

*

El comisario Llorens ha descubierto que Hopper es el más grande artista norteamericano del siglo XX. Ahí queda eso. Por encima de los abstractos por los que perdía el culo hace unos años pero las modas, los vientos, hacen mover el gobernalle. No hay razón alguna para aserto tan contundente salvo llamar la atención sobre sí mismo. Lo que tal vez no sepa Llorens es que Hopper, como Pollock, son parte del mismo tejido aunque uno parezca trama y otro urdimbre.

*

El discurso pictórico, cuanto mejor es, menos descriptible. ¿Qué decir sobre alguien que es muy pintura como Chardin, por poner un ejemplo de exposición reciente? Unos ajos, un pote y una luz que se engancha en las cosas al tiempo que las describe someramente. El triunfo de la pintura sobre la descriptiva. Con un cuadro de Hopper se puede escribir una historia y, haciéndolo quien sabe, puede ser más interesante que el cuadro mismo.

Y es que le veo la falsilla, la construcción mental, la disposición de las cosas para causar efecto -un efecto que es teatral o, en su defecto, cinematográfico-, una luz que está descrita pero no pintada. Unos temas, todos, cuyo origen fotográfico es directamente perceptible hasta para el más lerdo.

Porque la pintura no puede ser suplantada por la fotografía, son dos lenguajes diferentes, y cuando lo hace o puede hacerlo, algo no marcha bien. Si se puede decir lo mismo con una fotografía, ¿para qué el trabajo de pintarla?