Aguardiente e higos chumbos

 

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No es una de las mejores fotografías de Strand y seguramente ni siquiera es de las buenas pero me resulta muy evocadora porque, aunque se trata de Luzzara en Italia, he visto esa escena -la misma- cuando era niño y pasaba los veranos en Granada. Los trabajadores del campo dejaban sus bicicletas así, en la sombra rumorosa de las choperas, cerca de alguna acequia en la que se estarían enfriando las sandías y melones del almuerzo.

Alguna vez me levanté muy temprano, al ser de día, y pude ver a los hombres que iban a las hazas a echar la jornada, bebiendo aguardiente y comiendo higos chumbos, una mezcla que apreciaban mucho. No era un bar sino una caseta hecha con cañas verdes, en un cruce de caminos cualquiera. Aguardiente e higos chumbos era toda la oferta.

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Cuando el arte se pierde en el estilo ha habido que parar, volver a mirar el mundo y someterse a él. Sólo el natural limpia de telarañas la cabeza pero ha de ser mirado con la devoción de un monje ante la azucena o con los ojos maravillosos de los niños.

Tal hizo Caravaggio y nos dio doscientos años de pintura y tal hizo Antonio López. Si el mundo del arte no estuviera completamente trufado de mentira y mercado tendríamos que reconocérselo.  De otro modo su ejemplo, tal y como ha ocurrido, sólo le sirve a él, a un grupo muy reducido de gente que piensa lo mismo y a una inaguantable legión de imitadores. Pararse y mirar, eso es todo.

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Hay un bonito cuadro en el Prado del pintor gallego Serafín Avendaño, en las salas dedicadas a la pintura española del siglo XIX. Está muy bien pintado y la luz se derrama por él con una naturalidad propia de maestro. El tema es un poco anecdótico pero los pintores de ese tiempo tenían que vivir. Sin embargo no molesta porque paisaje y figuras se integran muy bien en la luz ambiente, que hace de la anécdota algo secundario. Pequeñas torpezas de bajo calado, como una de las piernas de uno de los personajes arrodillados o el chapitel de la torre, que se le viene un poco hacia adelante. Pero los lejos, siempre tan complicados… qué bien resueltos por derecho, sin bellaquerías.

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Quien ama mucho perdona mucho, o al menos lo intenta.

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No suele advertir el aficionado a la pintura el porqué de los géneros, su fundamento y lo difícil que ha sido para los artistas llegar a justificarlos. No todo vale y no todo se puede pintar.

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Leo una larga entrevista con Saatchi, uno de los que integran esa docena de personas -la mayor parte judíos- que controlan y dominan el mundo del arte moderno. Con el mismo cinismo que Van der Rohe, que prefería vivir en un piso con molduras de escayola antes que en su propia arquitectura, el comprador y vendedor del tiburón en formol nos cuenta que donde realmente se lo pasa bien es en el Prado.